30 de marzo de 2011

Justicia

El ser humano, así en general, es raro. Ahora mismo muchos están preocupados por el destino existencial de los japoneses y, también, de los libios. A los primeros intentan ayudarlos con provisiones alimentarias, vestimenta y logística para resolver una crisis producida por un fenómeno natural. A los segundos intentan ayudarlos con tanques, barcos y aviones de guerra, artefactos que suelen utilizarse para resolver crisis producidas por fenómenos políticos y económicos. Entre una medida y otra ¿cuál es la posición que debe adoptar una persona que se considere justa o, en todo caso, que tenga como valor de vida ponerse del lado de la justicia?

1 de marzo de 2011

Dromofilia

Hace unos minutos vi una noticia que me hizo gracia y, al mismo tiempo, me pareció veladamente compleja, pero antes de hablar de ella contextualizaré un poco. El actual gobierno de España pondrá en funcionamiento una ley que reduce el límite de velocidad en autopistas de 120 kilómetros por hora a 110 kilómetros por hora. La ley ha generado cierto revuelo y, sobre todo, muchas objeciones y aquí entra la noticia. Telecinco, en su informativo estelar, dedicó una extensa nota a esta ley, específicamente, a la opinión de los objetores. Uno de ellos fue nada más y nada menos que Fernando Alonso, el varias veces campeón mundial de automovilismo. Según él, eso de ir a 110 kilómetros por hora produce somnolencia, es decir, es más probable quedarse dormido a 110 que a 120. La nota deja hasta ahí la opinión del rey de la velocidad. Sin embargo, cualquiera, sin derrochar perspicacia, puede notar que esa declaración es elíptica. Es decir, aunque no lo dijo, el corredor parecía sugerir que para no tener accidentes de tránsito es mejor ir lo más rápido posible o, en todo caso, a una velocidad no menor de 120 kilómetros por hora, límite por debajo del cual, según Alonso, se activa la sustancia reticular.  Además, la nota no tomó en cuenta un hecho más bien simple que ubica al piloto al margen de toda generalidad: como muy pocas personas en el mundo, Alonso está acostumbrado a conducir a velocidades superiores a los 300 kilómetros por hora.  Es lógico pensar que para él desplazarse a menos de la mitad de su velocidad habitual es francamente aburrido. Lo que no es tan lógico es creer que su opinión puede tomarse en cuenta para regular el desplazamiento automotor promedio. Acaso sería haplofrénicamente deseable consultar la opinión de los que comienzan a sentir vértigo a los 80 kilómetros por hora. A todas estas, según la edición de la nota, los entrevistados opinan como Alonso: hay que ir rápido. Ninguno le dio crédito a aspectos como la seguridad o el ahorro energético. Piensan que el gobierno les quiere timar, les quiere hacer un mal tomando medidas propias de la sociedad cubana. ¿Acaso esa pequeña muestra de dromófilos nunca ha visto los escasos coches que circulan por La Habana? Esos, cuando funcionan o cuando tienen gasolina para funcionar, son tan antiguos y están tan maltrechos que la comparación raya en la crueldad.