28 de septiembre de 2011

Permisos

La Universidad del Sur de Florida, en Estados Unidos, está ofreciendo un cargo de profesor asociado. Su ofrecimiento llegó a mi buzón y quise ver de qué iba, así que hice clic en un link que venía en el mensaje y en un par de minutos ya estaba en capacidad de leer los preliminares para optar al empleo. Más allá o más acá de los requisitos académicos exigidos, me sorprendió la cantidad de referencias a leyes y estatutos que exigían un perfil intachable en cuanto a seguridad social, antecedentes penales, participación en guerras, permiso de trabajo, etc. Es decir, para poder trabajar el estatus legal del candidato está por encima tanto de su capacidad para ejercer el cargo como de su urgencia de satisfacer sus necesidades de subsistencia. En España sucede lo mismo: en un país donde hay poco más de cuatro millones de desempleados, para poder trabajar primero debes tener permiso del gobierno para hacerlo. Si no lo tienes, entonces el cargo queda vacante y el candidato también. Tiendo a pensar que llegará un tiempo en que nadie necesite permisos para pasar de un lugar a otro ni para quedarse en un lugar determinado. Quiero creer que en ese tiempo no hará falta un permiso para vivir.

Economía

Curiosamente, la gente que maneja el dinero que mueve al planeta no tiene suficiente y ahora que sus especulaciones no han producido buenas ganancias quieren abandonar el barco de la economía mundial. Me refiero a que, por razones que muchos no estamos por saber, los índices bursátiles suben y bajan casi caprichosamente y cada día se anuncia la llegada del apocalipsis macro-económico que, como ya se sabe, golpeará con fuerza (y tal vez aniquilará) a los que nada tienen que ver con esos índices, es decir, con los que no tienen dinero y, por ende, tampoco manejan el planeta que habitan. Lo terrible es que, aparentemente, no se puede hacer nada. Los dueños del dinero se comportan como si esos índices fueran autónomos y funcionaran liberados de su idea. Incluso, los más descarados, ofrecen explicaciones incomprensibles: todo se derrumba porque Grecia, España y Portugal no pueden regresar el dinero que les prestaron, o sea, que no entendieron que el préstamo no era para producir bienestar social sino para producir más dinero. Yo, que no sé nada de economía pero que sí que veo los efectos inmediatos de la llamada crisis, tiendo a conjeturar que la cosa va por otra parte; es decir, que todo esto de la crisis y del desconsuelo de los que tienen dinero es una cortina de humo para mover sus patrimonios de un punto a otro sin importar quién resulta perjudicado durante el proceso.

Mentira (4)

También puede ocurrir que no todos sino algunos de los términos varíen. En este caso no se trata de una verdad a medias ni de casi una mentira. Se trata de una mentira con todas las de la ley. La mentira, así como la verdad, no admiten medias tintas. Son susceptibles de ser alteradas, modificadas, transformadas, pero la alteración, la modificación o la transformación forman parte del conjunto de los términos.

Mentira (3)

Tengo un amigo que tiene dos brazos. Sin embargo, siempre me dice que tiene más de dos. Cuando le digo que solamente le veo dos, me responde: «Los otros los tengo donde ni tú ni nadie los puede ver, pero te aseguro que son los mejores brazos del mundo.»

27 de septiembre de 2011

Mentira (2)

En la primera entrada de esta serie, dije, palabras más palabras menos, que la mentira se define porque no puede evitar que varíen todos los términos que definen la verdad. Esta definición tiene un problema de fondo: es fácil suponer que una mentira si logra que sus términos se estabilicen y no varíen puede, en efecto, convertirse en una verdad. Esto no es así; digo, se trata de un falso problema. ¿Por qué? Pues porque la mentira requiere, necesariamente, que los términos varíen y si no varían entonces no se convierte en una verdad sino que desde el principio no es una mentira. Pongamos un ejemplo para que se entienda mejor. En el enunciado, «el 16 de agosto de 2009, Usain St. Leo Bolt, atleta jamaicano, en el marco del Campeonato Mundial de Atletismo de Berlín,  recorrió los 100 metros en 9,58 segundos, con un viento favorable de 0,9 metros por segundo.» Los términos estables que favorecen la veracidad son los que mantienen una relación igualmente estable con lo que muy rápidamente llamaré “externos reales”; en este caso, la fecha, el lugar, el evento deportivo… Si alguien pone en duda que Bolt haya corrido así de rápido, siempre es posible verificarlo por la vía de un archivo o una memoria externa del cual o de la cual se puede recuperar la ocurrencia de los externos reales y la relación entre éstos y lo que Bolt hizo. Hoy día tanto el archivo como la memoria existen en forma de entidades artefactuales, cosa que facilita la verificación. En cambio en este otro enunciado nada es fácil de cara a la veracidad: «Ayer me levanté con mucha energía y viendo que no había nadie que me viera así de energético decidí correr lo más rápido posible y, bueno, recorrí 100 metros en 9,50 segundos. Tenía el viento en contra pero no me importó.» En este caso, no hay reales externos, sino internos, es decir, el corredor que al mismo tiempo es sujeto del enunciado y testigo tanto de su propio estado como de su propia acción. En este caso, ni su carrera ni el resultado ni las condiciones tanto personales como ambientales que reporta, son verificables y me atrevería a decir que ese sujeto viéndose interpelado, comenzaría a agregar variaciones a los términos del enunciado y sólo mantendría constante su propia presencia en su propia acción.

Mentira (1)

Hace poco, por razones que no vienen al caso, me atreví a definir el término «verdad». Sé que se trata de una tarea propia de científicos y filósofos. Sé también que ni cualquier científico ni cualquier filósofo se arriesgan a ofrecer una definición de ese término porque es un asunto más bien espinoso y algunos piensan que irresoluble. Sólo aquellos con una inteligencia excepcional lo han hecho y el resultado final suele ser un libro más bien grueso repleto de razonamientos que requieren de mucho tiempo y un gran esfuerzo intelectual para alcanzar a comprenderlo de una manera más o menos satisfactoria. Sabiendo, pues, todo eso, repito, me atreví a ofrecer una definición que espero nadie intente sacar de la burbuja de modestia donde debe permanecer encerrada. Decía entonces que la verdad es “una fijación del sentido según la cual un enunciado específico permanece como tal porque una red de enunciados igualmente específica, que permanece como tal, así lo determina. La relación entre la segunda y el primero ha de ser necesaria, porque las relaciones accidentales atentan contra esa permanencia. La fijación final debe ser firme, subsistente, segura y, en la mayoría de los casos, debe suscitar en el receptor la certidumbre de que no cambiará, es decir, de que es como postula que es porque parece guardar una relación igualmente necesaria y permanente, no con otros enunciados, sino con una entidad extra-enunciativa conocida genéricamente como objeto o cosa o acontecimiento o mundo o realidad. Por ejemplo, el enunciado la Tierra es plana no es una Verdad (aunque lo fue), mientras que el enunciado la Tierra es redonda es una Verdad (aunque no lo fue). En un caso y en el otro, el status ontológico del enunciado verdadero depende tanto de la estabilidad de la red de enunciados que lo sostienen como la relación de constatación o plausibilidad entre aquél y la llamada Realidad. Cabe decir que la Realidad, también con mayúscula, corre el mismo albur que la Verdad. [Las verdades matemáticas no entran en esta definición, pero igual confieso que no pienso mucho en ellas].” (Las comillas se deben a que esa definición forma parte de mi tesis doctoral y, bueno, me estoy citando a mí mismo). Ahora bien, una mentira es un enunciado que actúa como una verdad, pero que en cada uno de los términos de la definición tiende a variar.

22 de septiembre de 2011

Virtud

Ayer vi cómo los periodistas deportivos cuestionaban un gesto de displicencia que le hiciera un famoso futbolista a unos aficionados. El cuestionamiento, a ratos, adoptaba la forma de grito en el cielo, de comportamiento inadmisible porque, según lo que alcancé a deducir de aquel carnaval de indignaciones, ese futbolista tenía por fuerza que mostrarse como una persona digna y virtuosa. Por supuesto, todo aquello me hizo mucha gracia por una razón sencilla: si a todo aquel que demuestra ser excepcionalmente hábil para una actividad en particular le exigimos un nivel de eticidad excelso y abarcador, si no los gobiernos al menos las facultades de filosofía estarían repletas de deportistas, de científicos, de bandidos y de top models.

Demostración

En filosofía, según el Diccionario, la definición del verbo «demostrar» va de esta suerte: «Mostrar, hacer ver que una verdad particular está comprendida en otra universal, de la que se tiene entera certeza.» Mañana intentaré hacer eso ante un grupo de personas que juntas llevan un nombre terrible: «tribunal»; digo, intentaré decir que los pequeños acontecimientos son predicados puntuales de los grandes acontecimientos y viceversa. Ojalá me vaya bien aunque no logre demostrar nada.