22 de junio de 2013

Ridículo

Ayer un perfecto desconocido afirmó en mi página de Facebook que la protesta es patrimonio histórico de la izquierda. He de confesar que su posición además de producirme cierto desconcierto me resultó hilarante por no decir ridícula. Tengo para mí que eso que llaman izquierda a la hora de hablar de eso que llaman derecha tiene la costumbre de mostrarse tremendamente conservadora. De hecho, suele asignarle a su contraparte roles fijos y, por lo general, le niega toda posibilidad de diferencia: «Si eres de derecha siempre harás lo mismo y nunca cambiarás.» Cosa que, sin duda, puede aplicarse perfectamente a la izquierda misma. Es vergonzoso que se sostenga una actitud beligerante según la cual el Otro es una entidad que no merece ser considerada como existente y que, aun con la ineptitud, estupidez e invirtud que se le atribuye, al final resulte ineluctable.

9 de junio de 2013

Penumbra

Amy Winehouse murió antes de tiempo; en eso creo que muchos estarán de acuerdo conmigo, y creo que la mató la tristeza. Yo, de vez en cuando, escucho alguna de sus canciones, como quien encuentra en un baúl una carta cuyo destinatario hace tiempo cambió de dirección. Hoy, por ejemplo, escuché un par de veces «Tears dry». Esta canción es pura melancolía. Cada vez que dice «in this blue shade, my tears dry on their own» [en esta triste penumbra, mis lágrimas se secan solas] se me hace un nudo en la garganta imaginando a la amante abandonada, cubierta por la sombra del amado ausente mientras afuera el cielo crepuscular se viste de arreboles.

8 de junio de 2013

Viceversa


De un tiempo a esta parte ha habido una tendencia creciente y casi compulsiva a exigir a los investigadores de habla castellana publicar en inglés. Aparentemente, algunos españoles y también algunos latinoamericanos creen que la calidad de un artículo debe ser definida por alguien que no domina el castellano, pero que se da cuenta casi inmediatamente que el autor o autora no domina el inglés. Dicho brevemente, según esos españoles y latinoamericanos, un científico angloparlante es el juez perfecto para determinar cuán bueno es un texto de un castellanohablante y, sobre todo, si es digno de ser publicado en alguna de sus revistas que, por lo general, solo leen sus colegas anglosajones y algunos castellanohablantes cuando se enteran de que su artículo, luego de un largo proceso de devoluciones y de correcciones "porque el inglés no es del todo correcto", al fin cruzó el umbral del impacto académico. Si en mis manos estuviera promovería entre mis colegas el ejercicio de la dignidad idiomática y cultural. Bueno sería que se invierta la relación: el gringo sudando papers para que sean publicados en nuestro idioma porque de lo contrario su universidad no lo considerará un científico competitivo. Sueños.

7 de junio de 2013

Gesto

Hace unos días estuvo de visita una vieja amiga quien me puso en autos sobre la situación que vive Venezuela a ras de la vida cotidiana. La situación es grave y triste. Las personas intentan sobrevivir en medio de una violencia generalizada que no mide consecuencias, una polarización política que busca la aniquilación definitiva del opositor, una clase gobernante totalitaria, corrupta e igualmente violenta y la escasez radical de alimentos y enseres de primera necesidad. ¿Cómo llegó uno de los países más ricos del mundo a una situación como esta? No se sabe. Bueno, sobran las teorías, pero hasta ahora ninguna ha podido responder esa pregunta satisfactoriamente. Desde mi humilde posición, creo que en mi país (y en cualquier país) la respuesta la tiene la gente. Son sus habitantes quienes llevan o traen las crisis. Suele decirse que los malos son los poderosos y que los que no tienen poder son solamente víctimas. Yo pienso que no es así. Todos somos responsables en mayor o menor medida. Sí, el gobernante tiene buena parte de la culpa, pero el más pequeño gesto de un agente remoto que aparentemente no tiene nada que ver con el gobierno puede ser co-responsable de los buenos y de los malos resultados. Si, por ejemplo, es hora de elegir un gobernante y no voto, soy responsable de la crisis. Si cuando un gobernante toma una decisión no le presto atención ni manifiesto mi desacuerdo (si lo hubiere), soy responsable de la crisis. Si tolero que el gobierno promueva la violencia y descalifique y vitupere a quien piense diferente, soy responsable de la crisis. Si me subo a un avión y me olvido para siempre de Venezuela, soy responsable de la crisis, etc. Insisto, todo gesto importa; todo gesto influye.

6 de junio de 2013

Perfumados

La Cultura Occidental considera que el libro, así en general, es un buen objeto. Es deseable tener libros y, sobre todo, leerlos, porque se supone que esa actividad le hace bien al lector o lo convierte en un hombre o mujer de bien. Claro, este desideratum no siempre se cumple. Hay libros que han traído grandes males a sus lectores (y también a los que no leen), así como hay muchos lectores que en modo alguno pueden considerarse «buenas personas». Sea en un caso o el otro, el libro o los libros tienen un lugar privilegiado en la esfera de los valores occidentales y el contacto con ellos no se desaconseja sino que se promueve. Esto es particularmente así en el ámbito educativo. La escuela es subsidiaria del libro. El mundo escolar asume el libro como un depositario y transmisor del saber. Es un objeto del cual el estudiante aprende cosas que le sirven para desenvolverse en la vida y, también, es un objeto al cual se remite el maestro para refrendar su conocimiento. Por lo general, las instituciones educativas tienen un espacio reservado para almacenar libros llamado biblioteca. Siguiendo un ordenamiento más o menos riguroso, la biblioteca guarda los libros de modo tal que cualquier lector pueda acceder a ellos. Curiosamente, y al menos por estos parajes de aguacatales y nopaledas las bibliotecas suelen estar más cerca del vacío de usuarios que del abarrotamiento. En ellas los libros interactúan más con el polvo que con la mirada ávida de un lector impenitente o del hojeo negligente de los estudiantes a quienes han obligado a consultarlos. Igual, no importa lo que suceda entre el alumno y el libro creo que nada supera lo que recientemente me contaba una estudiante. Un poco desalentado por el desempeño de mi curso, le preguntaba a esta muchacha cuántas veces en un semestre visitaba la biblioteca. Y me contestó algo insólito: «Nunca, porque no soporto el olor de los libros.» Sentí un golpe fuerte y fulminante, en una región inespecífica de mi cuerpo que se me ocurre llamar biblio-sentido. Al volver en mí, pensé: No hay cultura que pueda nada contra esta heredera negativa de Jean Baptiste Grenouille y, por si acaso, los docentes debemos comenzar a recomendar bibliografía perfumada.