26 de noviembre de 2013

Zapatero

Puesto que me dedico a la docencia, siempre debo pasar por el trance de calificar el desempeño de los estudiantes que han cursado alguna asignatura a mi cargo. En los años que llevo ejerciendo ese rol, que no son pocos (aunque tampoco son muchos), raras veces el resultado ha sido satisfactorio. Los estudiantes, habitualmente, consideran que deben tener un puntaje superior al que les asigno y yo, también habitualmente, asigno un puntaje superior al que en realidad los estudiantes se merecen. Claro, lo que yo considero ‘mas’ para ellos siempre es ‘menos’. En la Universidad donde ahora casi trabajo se usa una escala del 5 al 10 para calificar a los estudiantes. La mínima aprobatoria es 6 y, en el caso de algunos postgrados, es 7. Por regla general, los estudiantes que obtienen 8 sienten que han fracasado, los que obtienen 9 se disgustan porque no obtuvieron el 10 y los que obtienen 10 quieren saber si su trabajo es mejor que el de otros que también obtuvieron 10. En todos los casos, casi nadie está satisfecho y casi todos asumen la calificación como la aporía del zapato apretado, i.e., a quien le aprieta el zapato piensa que a quien no le aprieta es feliz, entonces en lugar de buscar la felicidad quiere un zapato que no le apriete. Yo, siguiendo un poco la misma lógica, cada semestre a la hora de evaluar me siento como un zapatero.

24 de noviembre de 2013

Grinch


Ser un grinch no sólo es una condición asociada con la navidad, tal como contó el Dr. Seuss allá por 1957. Hay el grinch de la vida cotidiana, es decir, la persona mal intencionada, mezquina y, en general, bastante desagradable a quien todo le parece mal y que nunca concuerda con el gusto del Otro. Este grinch sólo está de acuerdo consigo mismo y considera que su criterio es la mejor opción posible para sí y, también, para los demás. Si alguien opta por algo diferente, entonces el grinch elabora y espeta una diatriba deletérea contra el disidente, de modo tal que quede abatido y que los demás lo vean como una entidad indigna de existencia. Este grinch ejerce sin miramiento una suerte de fascismo del gusto disfrazado de razón suficiente y casi todos sus consejos o pareceres se convierten en lo que Pierre Rosenstiehl y Jean Petitot llamaban “teoremas de dictadura”. Por ejemplo, uno de los aspectos que más odia el grinch es el lugar común, ya que tiende a creer que es una persona distinguida, muy cercana a la excelsitud. Rechaza lo corriente y prefiere ir a contra-corriente. La palabra “popular” le da grima.  Dicho brevemente, el grinch aspira a la originalidad y en cualquier momento está dispuesto a mostrar cuán ingenioso es, porque está convencido de que el ingenio lo sustrae tanto del populacho como de los ricachones. De hecho, el grinch no confiesa su pertenencia a lo que antes se conocía como pequeña burguesía, pero constantemente trata de diferenciarse de los ricos y de los pobres por la vía de un discurso que es fenotípicamente de izquierda pero genotípicamente reaccionario. En fin, este tipo de grinch no me enoja sino que me entristece porque, aún rodeado de personas, su destino es la soledad.

Sonrisa

Hay una publicación de circulación gratuita, editada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, que se llama Leer en bicicleta. Ignoro a qué se debe ese nombre, pero no me gusta; digo, el nombre no el producto. Lo que sí suele interesarme es su contenido que, dicho de una vez, adopta la forma de una especie de antología. Los editores seleccionan fragmentos de diversos libros y los publican así sin más. Al pie de cada fragmento sugieren al lector seguir leyendo consultando la obra original. Pues bien, allí, en Leer en bicicleta, esta mañana leí un texto estupendo, sensible y en cierto modo acomodaticio, escrito por el mexicano Amado Nervo y que decidieron llamar “Brevedad”. Mientras lo leía, me detuve en la frase que cito continuación: “Los espíritus también saben sonreír, y aun añadiría que es una de sus más delicadas prerrogativas.” Más allá o más acá del contexto, cada vez que leo esas palabras (ya van varias veces) me hacen pensar en algo diferente; no se agotan en el presente de se enunciación, sino que siempre me llevan a otra parte. Por ejemplo, el término “prerrogativa” nunca me ha gustado. Me hace pensar en la política mal llevada, en el tráfico de influencias, en las asimetrías de la ley, en la verticalidad de las clases, en el favoritismo en general, etc., pero allí, en la frase de Nervo, me resulta perfectamente llevadera, incluso poética. Creo que ese efecto lo logra el término vecino “delicadas” y el sentido que los une y que resumo en la expresión alma risueña. Hacía ya rato que no me topaba con palabras estéticamente estimulantes y ahora que algunas de mis fibras nerviosas no se comportan como es debido, este señor Nervo en cierto modo me ha animado. Hoy quiero que mi espíritu sonría.

2 de noviembre de 2013

Des-aprendizaje

Hace tiempo ya, tuve un par de amigas que estudiaban el dolor. Si mal no recuerdo, su tesis principal era esta: el dolor es aprendido. Ignoro en qué se basaban para sostener esa tesis, pero sé que dedicaban un tiempo considerable a darle un soporte científico plausible. Hoy me pregunto ¿de dónde habré aprendido este terrible dolor de espalda? ¿Cuál será la mejor estrategia para desaprenderlo? La necesito con urgencia.