30 de marzo de 2014

Mangle


Con más frecuencia que la deseada, llega un anuncio a mi navegador de internet cuya presentación es esta: «Descubre cuándo morirás.» La primera vez que llegó, sentí una especie de sobresalto; la segunda, una curiosidad que nunca satisfice. Ahora, cada vez que llega, siento más bien disgusto porque, en primer lugar, no quiero saber cuándo moriré; en segundo, porque me parece de mal gusto estar anunciando algo así. Seguramente, quien ofrece el servicio antes de hacerlo llevó a cabo una investigación de mercado o algo parecido, y concluyó que hay personas que sí quieren saber cuándo morirán. Suponiendo que eso haya sido así, ¿cómo es alguien que quiere saber eso? y, una vez que logra saberlo (asumiendo que pueda determinarse con exactitud el momento fatal), ¿cómo vive cada día sabiendo que en tal o cual fecha morirá? Se me ocurren cuatro posibilidades: 1) Trata de disfrutar al máximo; 2) Asume una filosofía New Age; 3) Comienza a creer en la vida después de la vida; 4) Se arrepiente cada día de haber pedido esa información y todas las experiencias presentes le resultan amargas porque sabe que no podrán repetirse. Ninguna de las cuatro (aunque seguramente a las seguidoras de este blog —si todavía queda alguna— se les ocurrirán otras) me resulta ni atractiva ni llevadera. En mi caso, prefiero la ignorancia y bajar por el río de la vida como bajan las semillas del mangle.

8 de marzo de 2014

Viento

Cuando en el mundo estemos dispuestos a celebrar el Día Internacional del Ser Humano, me sumaré sin reticencias. Incluso, estaré dispuesto a apoyar y participar activamente en lo que se me ocurre llamar proselitismo humanista. Sé que esto suena a cursilería utópica y que no está claro qué es eso de “ser humano” así como tampoco eso de “humanista”, pero no me importa. Estoy un poco harto de las vindicaciones estancas: a cada quien sus derechos; a cada quien su día. Ya es hora de que celebremos el carácter común del mundo, que el derecho sea para todos, que celebremos el día de todos o que todos los días sean los días del mundo y no de esta o aquella entidad particular. Sé que esta manera de pensar pone los pelos de punta a los luchadores sociales y a los incondicionales de la justicia focalizada, pero, insisto, no me importa. Lo que me importa es decirlo, como quien sabe que las palabras se las lleva el viento y que el viento está en todas partes (en este caso sería viento digital, pero viento igual).