30 de septiembre de 2014

Dos

Hay el mundo de la razón y el mundo del azar. En el primero, los acontecimientos son el producto de la activación de leyes ineluctables, sean o no naturales. En el segundo, nadie sabe con certeza por qué ocurren las cosas. En el primero, la causa y el efecto son los protagonistas. En el segundo, el destino, Dios, la suerte, la magia, los astros, etc., producen todo por medios siempre misteriosos. Y así como hay mundos, hay gente. Algunos viven deduciendo causas a fuerza de filosofemas y otros andan esperando que algo suceda en cualquier momento, convencidos de que la lógica no puede explicar esa inminencia. Confieso que los segundos me resultan más simpáticos que los primeros; los que van a misa no tanto, pero sí los que juegan lotería o los que dan gracias porque salieron sin paraguas y no llovió, o porque fueron al mercado por algo de verduras y se toparon con el amor de su vida.

Elemental


Hoy llegó a mi dirección electrónica un mensaje realmente alarmante: una persona difunde una lista de los jóvenes manifestantes venezolanos detenidos por el gobierno de su país por protestar en contra de ese mismo gobierno. Digo jóvenes porque quien inicia la cadena proporciona los números de la cédula de identidad y la mayoría comienza por 20 millones, es decir, que no tendrán más de 25 años. También dice que los familiares no deben saber del paradero de sus hijos porque nadie los espera. Suponiendo que esos jóvenes sean culpables de un delito gravísimo, cosa que dudo dada la cantidad de detenidos (37), igual tienen derecho a una legítima defensa y, sobre todo, a notificar a sus familiares sobre dónde han sido encarcelados. Elemental, pero no se hace.

9 de septiembre de 2014

Ruido

“Me encuentro sentado en mi habitación, en el cuartel general del ruido de toda la casa.” (Franz Kafka, 1911).

Justicia

Un hombre discute con su novia y, usando un cuchillo, le da muerte. La policía lo apresa y ante las cámaras confiesa su crimen. Su actitud en pantalla no da muestras de arrepentimiento o de dolor por lo que había hecho. Una voz le formula preguntas puntuales y él, circunspecto aunque sin dejos de soberbia, las responde casi sin titubear. Un detalle destaca en aquel rostro: su nariz parece haber sido golpeada. Así, pues, convicto y confeso, el hombre va a la cárcel, pero un año más tarde es puesto en libertad, y aquí es donde comienza mi desconcierto. Vi en las noticias cómo salía del presidio, sonriente, acaso ufano, se subía a un coche en compañía de otro hombre y se marchaba lejos de aquel lugar de penas y rigores adonde van a parar los verdaderos asesinos y otros tantos malhechores. Aparentemente, un juez llegó a la conclusión de que un policía no había respetado los derechos de aquel hombre (de allí los signos de violencia que mostraba su nariz) y, bueno, eso anuló su confesión porque se presume que no fue voluntaria. Mi ignorancia de los asuntos jurídicos impide que emita una opinión bien fundada. Sin embargo, me atrevo a afirmar, basado en lo que veo en las series norteamericanas, es decir, basado en posibilidades netamente ficticias, que seguro había otras evidencias, como el arma homicida, huellas, testigos, ADN, coartada, etc., además de la confesión. ¿Por qué esas no valen o no se traen a colación? ¿Por qué no se hizo otra rueda de prensa con el mismo hombre explicando cómo es que fue inducido a mentir sobre su propia culpabilidad? Yendo un poco más allá, en este caso ¿en qué consiste la justicia? ¿Se trata de un asunto puramente procedimental o es más bien una garantía de convivencia y de bienestar común?