27 de marzo de 2015

Falta

Acabo de actualizar que no he leído (no por ignorancia, sino por postergación) The life and opinions of Tristram Shandy, gentleman. sentimental journey through France and Italy. Comenzaré lo antes posible porque las faltas son muchas y para repararlas el tiempo es poco. 

Ríos

Cuenta Cunqueiro que antes, cuando alguien estaba afectado por la melancolía, algunos boticarios recetaban ver pasar un río; otros, más prácticos, recetaban escuchar el rumor que hace la corriente mientras baja al encuentro del mar. El Dr. Laurentius, por ejemplo, recetaba tramos de ríos específicos y si el afectado no tenía río cerca o no podía viajar a Inglaterra, Gales o Escocia, le invitaba a su jardín donde había hecho instalar un sistema fluvial completo, con corrientes rápidas y corrientes lentas que se adaptaban a toda la variedad de dolencias melancólicas. Si supiera su dirección, le pediría una cita para la próxima semana.

Sin

«Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.» 
(Julio Cortázar)

Lupa

Cuando uno piensa en Diógenes tiende a concluir que no tuvo éxito porque lo que buscaba no existía. Yo pienso que no era un problema de inexistencia, sino de mal funcionamiento de la lámpara o, tal vez, que en lugar de una lámpara debió haber utilizado una lupa.

Piezas

Porque mi ánimo de hoy así lo exigía, escuché de cabo a rabo el disco más reciente de Nate Wooley, Battle Pieces [Piezas de batalla]. Siete temas complejos interpretados por Wooley (trompeta), Ingrid Laubrock (saxofón), Sylvie Courvoisier (piano) y Matt Moran (batería) que te dejan raro. Aunque esta música no tiene nada de tropical, me hace pensar en las raíces del mangle, pero vistas a través de las aguas turbias de un río que se desplazan irregularmente corriente abajo. Y ya que estaba en eso, seguidamente escuché un par de temas del Wadada Leo Smith’s Golden Quartet (Wadada Leo Smith, trompeta; Anthony Davis, piano; Malachi Favors Magoustous, bajo y Jack Dejohnette, batería). Aun cuando la música de este cuarteto es igualmente compleja, me hizo recuperar la sustancia. Diría que me recompuso. Curiosamente, por cuestiones del orden alfabético, al terminar el tema de Wadada, sonó uno de Warren Wolf, es decir, algo ubicado en el otro extremo de la coherencia musical. Todo en orden, todo melódico, todo rítmico y ahora estoy de mejor humor.

25 de marzo de 2015

Mood

En 1987 mi afición por el jazz estaba ya consolidada, pero mis posibilidades de acceder a las grabaciones seguían siendo muy limitadas. Dependía casi por completo de un programa de radio llamado El idioma del jazz, que sólo era transmitido los domingos a las 6 de la tarde. Religiosamente, me sentaba cada semana a esa hora a escuchar lo que el locutor seleccionaba y, sin poder evitarlo, mi gusto fue moldeado por sus preferencias. Este locutor, llamado Jacques Braunstein, que Dios lo tenga en su gloria, de vez en cuando hacía referencia a los discos más populares del momento. Uno de ellos fue The power of three, un concierto realizado por Michel Petrucciani, Jim Hall y Wayne Shorter en el marco del Montreux Jazz Festival. Braunstein tenía como norma no poner más de dos temas de un mismo disco, así que yo me quedé con las ganas de más. Cierto día revisando en una discotienda de Caracas, encontré el disco en cuestión. Emocionado, revisé mi bolsillo y tenía justo el dinero para comprarlo y regresar a mi pueblo, aunque del centro tendría que subir caminando a mi casa porque ya no tendría para el pasaje; tampoco para el pasaje de la discotienda a la terminal. Con todo, decidí comprar el disco y caminar media ciudad hasta el bus y luego medio pueblo hasta mi casa. Recuerdo que llegué de noche, atravesando rápidamente la niebla por temor a toparme con uno de los varios fantasmas que eran habituales en el selvático y curvilíneo camino a casa. Llegué y no cené. Puse el disco, saqué mi baraja y lo escuché mientras jugaba solitario (que era mi rito de entonces). Recuerdo que se me salieron las lágrimas cuando escuché In a sentimental mood, y que no hacía más que desear haber estado allí, en Montreux, escuchando a aquellos señores. Los años pasaron y aún hoy sigue siendo uno de mis discos favoritos. Hace un par de horas lo escuché nuevamente y decidí escribir esta nota nostálgica y sentimental, en homenaje a aquel sacrificio estético que ahora veo no como una locura sino como un acto de valentía emocional. No siempre triunfa la economía.

24 de marzo de 2015

Confirmación

Hace poco asistí a una conferencia dictada por un investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, a quien aprecio mucho. No recuerdo bien el nombre de la conferencia, pero el tema central era la religiosidad relacionada con el miedo. Específicamente, el conferencista hablaba de esa relación tal como la manifestaban algunos jóvenes del Distrito Federal. Dijo muchas cosas interesantes y bien fundamentadas, pero una de ellas me dejó pensando. Según los resultados de su trabajo, los jóvenes mexicanos además de actuar con arreglo a sus creencias religiosas, también tienden a ser conservadores. El resultado, he de confesarlo, no me desconcertó.

Tigre

Lo que comúnmente se conoce como el juego de la democracia no es ni lúdico ni democrático. Todo lo contrario, es una amalgama de asociaciones cuyas formas de establecimiento y funcionamiento tienden a ser ininteligibles para los que no formamos parte de ella. Sobre todo, en esa amalgama, predomina la asimetría relacional: nadie interactúa con el otro sobre la base de la equidad y la transparencia. Casi siempre, la relación se basa en el poder y las alianzas que las partes ponen sobre la mesa (cuando hay mesa y cuando ponen algo, porque, por lo general, se actúa a espaldas de quienes luego serán afectados). Acaso por eso las personas que no están adentro suelen construir teorías de la conspiración, es decir, un conjunto de enunciados aparentemente coherentes sobre cómo los actores operan en esa amalgama, pero con pruebas dudosas, poco plausibles y, en ocasiones, delirantes. A veces, esas teorías atribuyen a los amalgamados, por llamarlos de alguna manera, una perspicacia, eficiencia e infalibilidad extremas. Dicen los teóricos de la conspiración que los amalgamados son súper-inteligentes, archi-eficientes y extra-precisos. Paradójicamente, estos mismos teóricos, cuando revelan sus teorías, también sugieren o afirman tajantemente que los amalgamados son todo lo contrario, y presentan sus argumentos siguiendo una lógica como esta: Son tan listos que dejan cabos sueltos que cualquiera puede atar; son tan eficientes que tienden a no acabar lo que emprenden; tienen tanto tino que casi nunca dan en el blanco. Todo falaz, pero cala en el oído sediento de coherencia y desalentado por tanta incertidumbre, es decir, en el oído del pueblo. En efecto, mucha gente espera y admite sin suspicacias las teorías de la conspiración. Les llegan como una especie de Epifanía discursiva y las adoptan inmediatamente. Esta recepción positiva va acompañada de la entronización del teórico, por lo general un periodista, quien es visto como un adalid de la información, una persona arriesgada, valerosa, veraz, oportuna, sincera, defensora de los desposeídos y digna heredera de la lámpara de Diógenes pero en sentido negativo, es decir, no busca hombres honestos sino malhechores de cuello blanco. Innecesario decir que los amalgamados odian a esos teóricos, quienes a su vez interpretan el odio como una prueba irrefutable de la veracidad de sus teorías. Esto último también se basa en otra falacia: Si no fuera cierto, entonces no harían nada, porque el que no la debe no la teme. El problema es que para el teórico, no hacer nada no significa inocencia, sino acecho, es decir, el otro se sabe descubierto y se está preparando para atacar. Y a veces lo hace, pero es la peor de las estrategias. Porque el ataque también es considerado confirmatorio de su culpabilidad y porque activa el dispositivo de la victimización. El teórico pasa de ser el que denuncia, a ser aquel a quien le han coartado la libertad de expresión. El resultado casi siempre es el mismo: el teórico sale repotenciado y victorioso de la censura y el amalgamado sigue en lo suyo con una raya más en su piel de tigre.

22 de marzo de 2015

Error

Nadie es perfecto. Vieja frase que resume una gran verdad y que acaso sea una de las excusas más usadas por la humanidad. Cuando alguien comete un error y ya no tiene argumentos que justifiquen su falta, siempre queda apelar al carácter falible de la especie, es decir, admitir que, de manera general, al actuar tendemos a alejarnos inevitablemente de la eficacia plena. Aunque lo interesante no es admitirlo, sino asumir que la admisión implica que el Otro automáticamente comprenda la falta y la perdone. He dicho “comprenda la falta”, pero en realidad lo que se espera es que la falta se pase por alto porque se debe a un resultado inevitable, a un producto propio del género. En nuestro caso, pues, equivocarse es un rasgo fatal. Errar es de humanos, dicen. Sin embargo, estos mismos humanos cuando el Otro falla, se aprestan para la censura cuando no para el castigo más severo que se les ocurra. Acaso esto también pertenezca a nuestra naturaleza, tender al error y al mismo tiempo no tolerarlo. Hace poco estuve en una reunión a la cual asistieron personas que, al menos en teoría, forman parte de una de las instituciones más cultas del país. Uno supone que esa pertenencia implica que se trata de personas igualmente cultas o, en todo caso, que han sido tocadas por parte de la cultura que define a esa institución. Si bien durante buena parte de la reunión predominó la cortesía y el apego al orden del día, llegó un momento en que esa cultura se fue al garete. Los asistentes asumieron que alguien había cometido un error y que eso era imperdonable o, en todo caso, que el perdón llegaría sólo si remontándonos al pasado cambiáramos el error por un acierto. Es decir, sólo estaban dispuestos a perdonar y comprender el error si éste no se hubiera cometido. Aunque el razonamiento es evidentemente falaz, esas personas se mantuvieron en sus 13 hasta al final. Pedían la cabeza de la persona que estaba al mando en el momento del error, considerando, según la misma lógica falaz, que era responsable por todos los errores cometidos por las personas a su cargo y por todo el mal funcionamiento de los artefactos que esas personas manipulan, así como también de las instalaciones que ocupan; un poco como si en el país hay violencia, la culpa es del presidente. Confieso que no podía dar crédito a todo lo que escuchaba; específicamente a las exigencias que, palabras más palabras menos, eran estas: 1) Queremos que el pasado no sea como fue; 2) Si los que cometieron el error en el pasado, toman medidas para que en el futuro no vuelva a ocurrir, no confiamos; 3) Sólo confiaríamos en las medidas tomadas por personas que no cometieron ese error; 4) Si hay expertos en la definición de las medidas preventivas, tampoco confiamos en sus competencias a menos que nos dejen supervisarles, aun cuando no seamos expertos; 5) Las medidas que nos presentan los expertos no son de fiar porque pensamos que mienten basándonos en el siguiente razonamiento: mientras se cometía el error no informaron ni veraz ni oportunamente, así que ahora es demasiado tarde para ser oportunos y veraces; 6) Suponiendo que no hay más remedio que aplicar las medidas que proponen las personas en las que no confiamos, creemos que los errores se volverán a cometer aunque por otro medios. ¿Cuál sería pues la solución? Ninguna o en todo caso extender indefinidamente la queja porque las cosas no fueron como esperábamos que fueran y porque no presentan la solución que queremos, es decir, repito, aplicar una solución retrospectiva, cosa que sólo lograría el Sr. Peabody y su máquina del tiempo si no lleva consigo a Sherman, que es demasiado humano y siempre comete errores. Ya para cerrar porque la nota se está alargando más de la cuenta, he de decir que esta tendencia a retrogradar me desalienta sobremanera. Que personas aparentemente cultas no sean capaces de ver que el Otro admite haber fallado y que está tomando medidas concretas de rectificación, me parece un resultado que no lleva sino al sargazo de la irresolución. Que esas mismas personas se inclinen más por el linchamiento que por la justicia racional y constructiva, me parece aún peor. No es esa la vía para construir un mundo común, sino un archipiélago de intereses particulares.

17 de marzo de 2015

11 de marzo de 2015

Transpolítica


En noviembre de 1997 dije lo siguiente (¿tendrá alguna vigencia?): Vivimos un tiempo en el que poco se duda para diagnosticar la muerte de cualquier objeto de cultura. Así que de alguna u otra manera nos las arreglamos para seguir existiendo con el cadáver de la historia, por ejemplo. […] En este sentido, la muerte de lo político no se ha hecho esperar. Asistimos al momento de clausura por mortandad de los consabidos metarrelatos («emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o catastrófica del trabajo […], enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista», etc. [Lyotard, 1992: 29]) y asistimos a la apertura por emergencia de los procesos transpolíticos. Para nadie es un secreto que los partidos políticos, factores claves de concreción de la democracia representativa, han suprimido de su espacio de interés al cuerpo vivo de los representados. Los asuntos de la política deben desarrollarse ahora ante «la forma vacía de la representación», allí de donde «ha sido expulsado cualquier público real en tanto que susceptible de pasiones demasiado vivas» (Baudrillard, 1991: 89) y se ha preferido la figura del sondeo y la campana de Gauss. Parafraseando a Baudrillard (1991: 89): es como si una federación política internacional hubiera suspendido al público por un período indeterminado y lo hubiera expulsado del partido. Así funciona nuestra escena transpolítica: la forma transparente de un espacio público del que se han retirado los actores, la forma pura de un acontecimiento del que se han retirado las pasiones. Acaso las únicas pasiones políticamente vivas hoy día sean las del condominio y la abstención electoral, trazas del hiperindividualismo postmoderno, objeto-pánico del ideal democrático.

Chisme

En el año 1999, dije esto: «En la figura del chisme, un sujeto, discursivo por excelencia, elabora un mundo en apariencia coherente a partir de un signo mínimo del Otro y un signo máximo de sí. El chismoso, con una brizna de alteridad, elabora un producto con cierta suficiencia de sentido, la cual proviene no de las cualidades del objeto (por llamarlo de alguna manera), sino del acervo hermenéutico del hablador. Resultado: el Otro acaba siendo lo que el Sí mismo puede decir de él según su competencia interpretativa. El crítico, guardando las distancias, a veces opera de manera análoga.»

A pique

Hay allá abajo, hacia el sur, un hombre que se llama Juan Quintero. Imagino que un día se sentía exactamente como yo me siento hoy, y dijo: “Voy a escribir una canción por si acaso allá arriba, hacia el norte, a alguien se le hace necesaria.” Y compuso “A pique”. Dejo una estrofa para acicatear la curiosidad de mis 15 lectoras:


No te asustes, no, no te asustes
si ves que como respaldo lo tengo al viento
y no queda nada bajo mis pies
me voy a pique nomás
y aunque rompa el aire de un tajo,
no es que me caiga, es que voy pa' abajo
a tocar el fondo de lo que soy
de una buena vez.



8 de marzo de 2015

Refugio

La palabra “refugio” viene de “fuir” que se traduce como “huir”. Tendemos a considerar que este último término pertenece al orden negativo del ser, a la cobardía, a la retirada, etc. Pero, en su origen, pertenece al orden positivo; al orden vital: quien huye se salva. De hecho, Emile Littré decía que huir es sustraerse de un peligro generado por algo o por alguien. Uno puede huir de la lluvia o huir de un asesino, y en ambos casos el movimiento asegura estados positivos: por ejemplo, no resfriarse o no perder la vida. El lugar donde uno está a salvo de ese peligro, el lugar hacia donde se huye, precisamente se llama refugio; palabra que significa estando aquí ya no es necesario seguir huyendo. A veces, huyo de este mundo hacia la literatura. En ocasiones busco un refugio desconocido, es decir, que no sé cuál es su capacidad de protección; otras, busco refugio seguro, releyendo.    

1 de marzo de 2015

Impertinencia

Estaba pensando en algo que tal vez sea una impertinencia o una muestra vergonzosa de mi gran ignorancia: Siendo el lenguaje un sistema gobernado por reglas más o menos rígidas, ¿acaso no es una contradicción que existan libros sobre anarquismo?

100

Acabo de leer en La Jornada que, como parte del programa de austeridad considerado para este año, la dieta de los 128 senadores tendrá en 2015 un recorte de 100 pesos. Es decir, en 2014 ganaban 117 mil 600 pesos y con el ajuste su sueldo queda en 117 mil 500. Puesto que son 128 senadores, el ahorro mensual será de 12 mil 800 pesos, lo cual al año suma 153 mil 600. Esto, en número gruesos, corresponde al 0.0000033% del presupuesto del año 2015 que asciende a 4.7 billones de pesos. Si bien es una medida elogiable por parte de los senadores, no es posible decir a primera vista que el impacto de la misma, en términos de austeridad, sea significativo. No obstante, para no quedar como la típica persona que no le gusta nada y que no ve nada bueno en los asuntos gubernamentales, podemos intentar ver el lado positivo de esta especie de actitud que intuyo quiere ser ejemplar. Tomemos por caso a una persona que usa el transporte público en Puebla para ir de su casa al trabajo y viceversa. Si sólo tiene que tomar un microbús de ida y otro de vuelta, gasta diariamente 12 pesos. Si trabaja 5 días a la semana (cosa poco probable porque tienden a trabajar 7), su gasto es de 6o pesos. Si los senadores dan esos 100 pesos a 128 poblanos que tengan esta misma rutina, a cada uno le sobrará 40 pesos semanales con los que puede comer una cemita los viernes o los lunes para empezar o acabar la semana con el estómago lleno y, por ende, alegre. Ahora bien, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México hay 52.6 millones de personas que conforman la población económicamente activa, y casi 10 millones de esas personas, aunque trabajan, son pobres. Digamos que los 100 pesos se donan a 128 trabajadores escogidos aleatoriamente (para ser justos) entre esos 10 millones. El azar apenas beneficiaría al 0.00128% de los necesitados. Esto considerando que la donación se ocupe sólo en el pasaje. Cosa que no sé si se logre porque, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), para adquirir una canasta básica, un trabajador en el entorno urbano necesita gastar mil 227 pesos. El trabajador beneficiado tendría, entonces, que resolver el dilema de comer o de desplazarse al trabajo (lo cual en realidad no es un dilema, porque ambas alternativas están subordinadas entre sí). Igual, con o sin dilema, cuesta concluir que los 100 pesos del senador pudieran significar una reducción importante del presupuesto general de esos trabajadores. Seguramente cometo errores de cálculo y no logro dar con el quid concreto de la medida de los senadores, pero, a ojo de buen cubero, me temo que se trata nada más de un grano de arena en el millón 972 mil 550 km2 de superficie costera que tiene este bello país. Quien lo encuentre, que lo gaste como pueda.