7 de junio de 2015

Artista

Tarde he visto “The Artist” de Michel Hazanavicius. Seguramente, ya ha sido elogiada con suficiencia. Sin embargo, hoy quiero hacerlo yo. En estos tiempos dominados por el significante, hacer una película donde nadie habla o, mejor dicho, donde el uso de la palabra se reduce al mínimo y hacerlo con éxito, es una cosa rara. Confieso que postergué la experiencia porque tenía el prejuicio de que esa ausencia me generaría cierto aburrimiento. Ahora admito que fue una postergación tonta. The Artist no aburre en absoluto. Tiene un ritmo, un pulso anímico que impide “desconectarse” de la trama y de su estética en general. Además de las actuaciones y el plot mismo, la gran responsable de este rapto atencional es la música. Allí donde nadie dice nada, la música dice todo. En esta película, la música habla. Y su discurso es tan efectivo que entendemos cuando hay gracia y cuando hay desgracia. Yo incluso solté una lágrima llevado a ese punto por la melodía. De las muchas cosas que me resultaron atinadas y diferentes (aun para una propuesta nostálgica como esta) fue la fuerte presencia del amor, pero la ausencia de besos apasionados. Imagino que Hazanavicius, ya que se daba el lujo de prescindir de las palabras, también se dio el lujo de no optar por clichés expresivos. En fin, para mí, The Artist es una reivindicación del cine y verla es todo un lujo para lo que antes se conocía como espíritu.

Mejor

Siempre me resultó desconcertante que en Venezuela las elecciones, en el plano operativo, fueran gestionadas por la milicia. Dos días antes de los comicios, los centros de votación (casi siempre escuelas) eran tomados por contingentes militares que llegaban con las urnas y el material y equipo necesarios, pero también llegaban armados hasta los dientes. Si por casualidad (o por premeditación) alguien quería atentar contra la democracia, los soldados estaban listos para apresarlo o darle muerte ipso facto. El argumento de fondo era que los militares eran neutrales y por lo tanto podían defender el sistema con sus medios, es decir, con la fuerza y con las armas. Aun cuando era un argumento falso, estaba avalado por una base legal: la constitución nacional establecía que los militares estaban para defender los intereses de la nación y que para hacerlo no podían manifestar filiación política alguna ni ejercer el sufragio. Con la llegada de la “revolución bonita” eso cambió. Chávez decidió que los militares debían votar, no porque fuera un afecto a los derechos ciudadanos, sino porque era un militar de vocación y de formación y veía en sus compañeros un puñado de votos duros. Aún así, digo, aún a sabiendas de la evidente alianza entre el gobierno nacional y los milicos convertidos en borregos del comandante supremo, éstos siguieron gestionando el proceso. La diferencia es que lo hacían reforzando “la defensa” (llegué a ver tanques de guerra en la entrada de un centro de votación) y antes de votar eras cateado como si fueras un terrorista. Además, según cuentan, también se aseguraban de que el ganador no perteneciera a la oposición. Llegaron a subir videos de militares quemando urnas para que no fueran auditadas por los que denunciaban que se había practicado un fraude electoral. Hoy en México se llevarán a cabo unas elecciones y no he visto el gran despliegue militar que solía implementarse en mi país de origen. Hay cosas que es mejor no extrañar.

5 de junio de 2015

Última

¿Por qué la violencia sigue siendo violencia? Porque es positiva, es decir, no niega sino que reafirma la existencia. La violencia es una forma de insistir en el ser; para mí, la peor de todas pero la más fácil y recurrente. Conducirse guiado por otra cosa que la violencia es el camino de la virtud pero ¿a quién le interesa la virtud? ¿A quién le interesa esforzarse tanto? A nadie o a muy pocos. No es cierto que la mayoría de nosotros nos realizamos en la humildad. Todo lo contrario, la soberbia es nuestro pan de cada día. Por la boca sale el postulado de la virtud, pero por el acto concreto realizamos la violencia. Hacemos como si ya no hay nadie con nosotros, eso es ser violento; actuar como si no existiera el Otro, decía Levinas. Disculpen amables lectoras esta amargura de antelucano, pero estas palabras no son mías, son el producto (¿el residuo?) de haber tenido contacto con personas cuya forma de existir es, precisamente, esa: violenta. Esas personas abundan en mi país, incluso lo gobiernan, y allí se quedarán, en lo que de manera imprecisa llamamos “poder”, ejerciendo su violencia porque ella les da vida, porque mientras menos Otro, más ellos. Lo peor de no creer en el infierno que vendrá, es que se apresuran a construirlo en el presente a cada instante. Estos reproductores de infierno, estos violentos, mientras puedan acabar con los demás no se debilitarán. Son como aquellos personajes a quienes no les bastaba ser inmortales, se buscaban los unos a los otros para darse muerte porque la gracia de la inmortalidad era que sólo hubiera un inmortal, no varios. Y así creo que pasará en Venezuela. Llegará un momento en que los Otros, no muertos sino anulados como existentes, dejen de ser interesantes para los violentos y comiencen a devorarse entre ellos mismos hasta que sólo quede uno. Cuando eso suceda, cuando sólo quede uno, será el penúltimo día de la última violencia.

4 de junio de 2015

Nulo

Según el diccionario, moralismo significa “exaltación y defensa de los valores morales.” Es decir, el moralismo es la tendencia a poner en un lugar excelso todo aquello que determine o defina el grado de utilidad o aptitud de lo que consideramos bueno de hacer o del Bien en general. Esto se dice rápidamente, pero en la práctica supone una serie de complicaciones que la humanidad ha venido arrastrando desde que es humana. Un ejemplo reciente acá en México es la tendencia de ciertos intelectuales de izquierda a convocar una especie de boicot contra las inminentes elecciones federales, el cual consiste en anular el voto. No dicen “absténgase”, sino “fórmese y en lugar de elegir a alguien, diga que no elige a nadie.” Aquí, el convocante, apoltronado en su visión preclara de la vida política, le sugiere al lego obnubilado arrojar luces sobre la podredumbre del sistema deslegitimando una de sus formas predilectas de perpetuación: el sufragio o, si se quiere, la elección de representantes para que gestionen los asuntos públicos. ¿Por qué digo que es moralismo? Porque no presentan una alternativa. Me explico, cuando se tiene claro qué cosa es el Bien (anular el voto) la acción es un fin en sí mismo y lo propio de un fin en sí mismo es que opera como una solución de continuidad, esto es, cuando aparece, se interrumpe o clausura el flujo del sentido. Ninguno de los candidatos parece idóneo, entonces anule el voto y listo, resuelto el problema; se ha conducido usted con arreglo a la moral, es decir, apegándose a lo bueno de hacer y eso es suficiente. Pero mucho me temo que el moralismo está lejos de solucionar los defectos del sistema. Nulidad sin programa alternativo es un salto al vacío, no es un Bien en sí mismo sino una especie de barniz ideológico que se aplica a la realidad actual mientras se alcanza la utopía, es decir, un mundo bueno, donde habrá una homología de sentido entre el elector y el elegido tal que la apercepción analógica dará siempre en la diana y lo que el primero piense el segundo lo realice. En fin, el voto nulo es su propia nulidad porque está habitado por la tristeza de creer que no hay esperanza en la humanidad, y que para acceder al Bien el mayor valor es la ausencia de valor. El fantasma de Nietzsche extiende su sombra sobre este nuevo moralismo. 

3 de junio de 2015

Reír

Tenemos la idea, sin duda peregrina, de que las cosas que se dicen con cara seria son verdaderas. Si uno ve y escucha, por ejemplo, a Eugenio, pronto notará que sus historias, como él las llamaba, eran un chiste de punta a punta y que lo que más movía a risa era, precisamente, su circunspección, como si su meta hubiera sido no hacernos reír porque lo que estaba contando era serio y, por lo tanto, veraz; pero, como ya se sabe, las verdades no dan risa y tienden a ser tristes. Por supuesto que todo aquello que decía Eugenio eran inventos para excitar nuestra hilaridad. Si mal no recuerdo, Pepe Rubianes inclinándose un poco por la ironía, también hacía lo mismo. En Venezuela, un cultor de la seriedad especiosa fue Virgilio Galindo, mejor conocido como Ruyío. Uno de sus personajes más famosos se llamaba El Ciclón del Caribe: Ruyío, vestido de rumbero cubano y acompañado por un par de músicos interpretando un fragmento del “Lamento jíbaro” tal como lo tocaba El Gran Combo de Puerto Rico. Ruyío oponía al ritmo afro-antillano su seriedad mientras decía frases desternillantes que jugaban con el sentido, que trastocaban la idea de verdad y que, desde mi punto de vista, le daban un golpe de espejo a las cosas que decimos diariamente en serio pero que sacadas de contexto dan risa. Digo ahora todo esto porque hoy mi día ha sido duro, y por mi cabeza se ha estado paseando este consejo que tantas veces se ha formulado: Ríe por no llorar. Y yo agregaría: …porque tanta seriedad no puede ser cierta.

2 de junio de 2015

Sobrevivir

No sé si estoy más sensible de la cuenta o si mi sindéresis se ha ido de paseo hasta nuevo aviso. Sé, sin embargo, que siento una indignación y, al mismo tiempo, una impotencia difícil de explicar. Ya las lectoras habrán presentido que se trata de Venezuela, esa tierra que sin saber porqué está siendo arrasada por una combinación de estulticia ideológica y de crematística desaforada llevada a cabo por una porción muy pequeña, casi ínfima, de la población. Me refiero a sus gobernantes actuales. No tengo pruebas fehacientes de que ellos sean los causantes concretos de tantos males, sino comentarios que llegan hasta mí por personas cuya veracidad no considero posible poner en duda, porque el que sufre no miente. Venezuela es un país que casi está tocando fondo y el gobierno nacional no lo quiere admitir. Siempre maneja un discurso que califico de delirante. Las declaraciones de Nicolás Maduro y de sus seguidores parecen sacadas de un manual antiguo de evasión de responsabilidades públicas. Dicen cosas como “cachorros del imperialismo”, “fascistas”, “conspiradores”, “desestabilizadores”, para referirse a personas que están pidiendo no justicia social y seguridad (que ya es  necesario pedir), sino unas condiciones mínimas que permitan a la población SOBREVIVIR. Los venezolanos no tienen qué comer, no tienen medicinas, no tienen productos para el cuidado diario, no tienen manera de transportarse, están a merced del hampa que está armada hasta los dientes y las fuerzas de seguridad no pueden nada contra ella o forman parte de ella, y pare usted de contar. No se trata de grandes conspiraciones para derrocar un gobierno que es un fracaso, que sólo ha acicateado un descontento popular que había sido producido por viejas cúpulas políticas pero que ahora está siendo potenciado y perpetuado por una cúpula política nueva y, aparentemente, ineluctable; digo, no se trata de eso, se trata de SUPERVIVENCIA, de simple y pura SUPERVIVENCIA, sin plan, sin doctrinas, sin pentágono ni conjuras internacionales. Es un clamor popular que el gobierno no quiere ni oír ni ver, que algunos venezolanos obnubilados por el discurso de ese gobierno o silenciados y cegados por los privilegios que ese gobierno les da, tampoco quieren ni oír ni ver. Y lo que no ven ni oyen no es poca cosa, por ejemplo, en este mes de mayo se computaron 468 muertes violentas en Caracas. “En promedio fueron llevados a la morgue 15 cadáveres todos los días del mes”, dice El Nacional. O sea, los venezolanos no sólo no tienen qué comer ni cómo curar sus enfermedades ni cómo reparar su artefactos, sino que contra su vida también atenta, además del gobierno, una serie de personas armadas que matan así sin más. Cito parte de una crónica que acabo de leer en el mismo periódico:
Una de las víctimas de la violencia fue ‘B’, de 31 años de edad. Lo mataron a tiros durante una fiesta de 15 años en un inmueble de la calle 7 del sector Valle Alegre de La Vega. Su cónyuge dijo que le informaron sobre el crimen el domingo a las 2:30 am. La mujer, con seis meses de embarazo, no estaba en la celebración. Dijo que a la víctima le dieron tres disparos luego de discutir con otro asistente por razones que ella desconoce. En el tiroteo otra persona fue impactada por un proyectil en un pie. ‘B’ y el otro herido fueron trasladados al hospital Miguel Pérez Carreño en un vehículo de uso particular. ‘B’ era obrero.

Pudieran llenarse páginas enteras de historias como esa y todavía el gobierno sigue firme, con una venda en los ojos y las manos en los oídos repitiendo como letanía: No pasa nada, no pasa nada, no pasa nada. Pero algo tiene que pasar, algo bueno que regrese la alegría a los venezolanos. Ojalá sea pronto.