2 de julio de 2015

Opción

En Occidente se considera que el suicidio es censurable. Si uno ha de perder la vida que sea por causas naturales (v.g., vejez), por causas inevitables y ajenas a nuestra voluntad (v.g., una enfermedad terminal, un accidente) o porque un congénere así lo ha decidido (v.g., homicidio). Morir porque a uno le da la gana, eso no. Curiosamente, las organizaciones humanas que consideran que la vida es un valor que debe conservarse a toda costa, no generan las condiciones para que esa conservación se lleve a cabo de una manera óptima. Los sistemas de salud y de seguridad públicas suelen ser ineficientes, burocráticos, costosos y poco confiables, lo cual sigue dejando el suicidio como una opción.

Bucle

Debo ser una persona terrible porque cada vez que expreso una buena intención el Otro rápidamente considera que quiero todo lo contrario. Y lo peor de todo es que no puedo expresarla de otra manera, por lo que no logro convencer al Otro de que mi intención es buena porque no puedo sino usar las palabras con las que expresé la buena intención, porque no pueden ser otras palabras, así que el Otro sigue pensando que soy una mala persona y quedo atrapado en lo que llamo un bucle de injusticia. La imagen es la de esa persona que está atrapada dentro de una campana de cristal (como la de Plath), que ve a los otros pasar y les grita para que la ayuden a salir, pero esos otros, que no pueden escucharla, interpretan su desesperación como un acto cómico: la ven, sonríen y siguen de largo. A veces tengo la impresión de que Kafka es mi santo patrón.

Ornette

Enredado como he estado en la maraña de los sinsabores de la vida cotidiana, no me enteré de la muerte de Ornette Coleman. Ocurrió el 11 de junio de 2015, hace exactamente 17 días. Coleman tenía 85 años cuando su corazón ya no pudo seguir latiendo. Sin duda, un acontecimiento lamentable, aunque, al menos desde mi punto de vista, lo importante (asaz importante) fue su obra. Lo que Coleman legó a los músicos y a los melómanos no fue poca cosa. Mal quedaría yo si intentara hacer el florilegio de su herencia musical. Eso ya lo han hecho otros con innegable tino. Solamente quiero añadir un par de cosas. Cuando comencé a escuchar jazz, “Kind of blue” produjo en mí una especie de marca que se resume en la expresión “Así es como debe sonar el jazz”, pero más tarde, cuando escuché “The shape of jazz to come” esa expresión hizo un bucle parecido al que hace la Cinta de Möbius. Muchos años después, residiendo en Barcelona, quiso la vida y mis finanzas que asistiera a un concierto que Coleman dio en el Palau de la Música Catalana; específicamente, el 7 de noviembre de 2007. Fui solo y como no tenía a quien contar mi experiencia, caminé lentamente por la noche barceloní hacia la Plaza Urquinaona y de allí a la Plaza Cataluña y de allí a la Plaza Universidad y de allí seguí por la Gran Vía hasta la calle Casanova, donde vivía. Cuando llegué a la puerta de mi casa, no entré. Seguí de largo y fui al bar donde solía ir. Pedí la Carlsberg de siempre y sin decir nada a nadie bebí a la salud de ese hombre tan raro, tan libre, tan lúcido y, al mismo tiempo, tan loco. Paz a sus restos y que Dios le reserve un concierto en el Birdland Celestial.