13 de abril de 2015

Dibujaba

Siendo yo un adolescente, ejercí la afición por el dibujo. Incluso estudié formalmente dibujo técnico. Siempre que podía, invertía mi tiempo en observar una imagen y tratar de re-presentarla sobre el papel. Mis técnicas no eran sofisticadas. Usaba lápiz y bolígrafo, y si se trataba de asuntos geométricos, usaba compás, reglas, escuadras y fijaba el papel a la mesa con cinta adhesiva. Poco a poco esa costumbre se fue apagando, y dibujar se redujo a trazar garabatos en los márgenes de los cuadernos durante mis largas horas de clase. Recientemente, descubrí un software que despertó mi vieja afición de su largo letargo. Ahora el ocio, cuando lo tengo, lo invierto en combinar vectores sobre la pantalla. Esta mañana, leí un texto escrito por Andreu Buenafuente, el comediante catalán que, dicho sea de paso, también tiene muy buena pluma. El texto era una especie de apología del dibujar. Con una precisión y sinceridad que es rara en nuestros días, Buenafuente confiesa su inveterada afición por el dibujo y cómo, por cosas del azar, acabó reuniendo sus obras en un libro de reciente aparición y cuyo nombre es digno de su autor: No entiendo nada. Así comienza su crónica: “Tengo un vicio (confesable) que es el de dibujar en todas partes a todas horas y en todas las condiciones posibles. No sé cuando se metió en mi cabeza esa obsesión, la verdad es que no me acuerdo muy bien.” Y así acaba: “Nunca dibuja uno lo suficiente. Por suerte.” Un olvido y una promesa de continuidad. Así es el arte y doy a Buenafuente las gracias por vindicar esta actividad que a veces parece tan insustancial, pero que para algunos es vital.

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