31 de julio de 2016

Afinidad


Cuando vivía en Caracas y no existía internet, o existía pero su uso abierto aún no se implementaba, compraba CDs de carne y hueso (y antes, LPs). Puesto que vivir en un país del tercer mundo implica pertenecer a una sociedad basada en la desconfianza y en la reducción al mínimo de los derechos (cualquier derecho), tenías que comprar el disco sin saber qué estabas comprando. Es decir, no estaba permitido hacer una prueba para saber si te interesaba o no. Lo comprabas porque ya lo conocías, porque te lo habían recomendado o, como hacía yo muchas veces por aquel entonces, por ánimos de experimentar. Uno de esos experimentos se llamaba Affinity Plays Ornette Coleman's Little Symphony and Eight Other Modern Jazz Classics. El sello discográfico era, según mi percepción, artesanal: Music & Arts. Y los músicos eran para mí perfectos desconocidos: Joe Rosenberg en el saxofón soprano, Rob Sudduth en el saxofón tenor, Richard Saunders en el bajo y Bobby Lurie en la batería. Fue grabado en el año 1993, pero yo creo que lo adquirí unos 3 años más tarde. He de decir que el experimento resultó ser un acierto. El disco se convirtió inmediatamente en uno de mis favoritos, y hoy en día es uno de mis 10 discos favoritos de todos los tiempos. Algunos aficionados al jazz serios tal vez piensen que exagero, pero de verdad, para mí, el disco reúne casi todos los atributos de una obra maestra del género, desde selección de los temas, pasando por los arreglos y, lo más importante, el carácter magistral de las interpretaciones. La calidad del sonido, debido a la época y a la modestia del sello, no puedo decir que sea de primera, pero con un buen equipo se le puede sacar partido. Lo cierto es que esta mañana, quién sabe por qué, desperté pensando en este disco y decidí buscar otras grabaciones de los mismos músicos. Descubrí que el líder del grupo era Rosenberg y que grabaron otros dos tributos. Uno a Ornette Coleman, incorporando a la banda al gran Dewey Redman, y otro dedicado a Eric Dolphy incorporando sorpresivamente a Buddy Collette. Aún no los escucho, pero imagino que la experiencia estética no pertenecerá al orden de la decepción. A Rob Sudduth lo he seguido escuchando sin saberlo. Forma parte de un par de discos de Ben Goldberg que me encantan: Unfold Ordinary Mind (2013) y Orphic Machine (2015), este último ha sido muy elogiado por la crítica y a mí también me parece una obra maestra. De los otros dos músicos no encontré nada más; bueno, a Lurie tocando en otro disco de Affinity que se llama This is our lunch y que no he conseguido para escucharlo. Tengo, pues, por delante el plan de aderezar con una novedad que ya no es nueva ese bonito recuerdo de mis pininos en esto de escuchar un género que a tanta gente fastidia y que, providencialmente, están asociados a la palabra afinidad.

20 de julio de 2016

Relato


Tengo una tía. En realidad, tengo varias, pero viven lejos y las visito poco, así que las he olvidado. Esta tía de quien les hablo, la única para mí, es una mujer terrible. Delgada y bonita, los años casi no han dejado huella ni en su rostro ni en el resto de su cuerpo. Es una lectora voraz, cosa que la ha hecho locuaz, aunque nunca habla más de la cuenta. Ha viajado por gran  parte del mundo, y allí adonde ha ido ha dejado amistades entrañables. Recibe cartas por montón y llora cuando las lee. Mi tía es sensible y al mismo tiempo racional. Nadie le gana al ajedrez y la poesía la pone sentimental. Le gusta la música, siempre y cuando no tenga una fuerte marca ideológica. Odia los partidos, las banderas, los líderes. No obstante, cuando trata con políticos sabe ser diplomática, incluso encantadora. Tiene dinero suficiente para vivir cómodamente y permitirse algunos lujos. En fin, mi tía es un dechado de virtudes. Su único defecto es que siempre ha querido hacer de mí un hombre de bien. Hasta ahora no lo ha logrado. La razón es simple: su perfección no me resulta ejemplar sino repulsiva. No quiero ser como ella. A ver, viajo, leo, soy elocuente aunque discreto, tengo muchos amigos en muchos países, tiendo al patetismo pero también a la lógica, al ajedrez sólo me vence mi tía, y tampoco tolero la demagogia y el populismo, pero no soy como ella. No nos parecemos en nada.

Capital


Hay memes de memes. Hace poco leí uno que decía esto: Cuando compras en un pequeño comercio, no estás ayudando a que un CEO se compre su tercer apartamento en la playa. Ayudas a una niña a pagar sus clases de baile, a un niño a comprar su camiseta de fútbol, y a papá y mamá a traer comida a la mesa. La persona que lo publicó la tengo en muy alta estima y, hasta donde la conozco, es una luchadora social con cierta claridad de conciencia. No obstante, mucho me temo que al publicar este meme y, en consecuencia transitiva, al estar de acuerdo con lo que dice, ha pasado por alto el contenido burgués del mensaje. Aclaro que no digo burgués de manera peyorativa, sino como un rasgo de clase. ¿Por qué habría de colaborar alguien para que un tendero lleve a su hija a clases de baile o le compre a su hijo una playera del Barcelona Fútbol Club? ¿A qué valores de clase responden esas finalidades? ¿Cuántos clientes de un pequeño comercio pueden hacer algo así por sus propios hijos? Y si quieren hacerlo, ¿el señor o señora dueños de ese comercio colaborarían con ella? Por otro lado, el meme también olvida cuál es el origen de la lógica capitalista. El pequeño comerciante no es bueno en sí mismo porque haya grandes comerciantes malos en sí mismos. El pequeño comerciante es ya un capitalista y, a su escala, siempre saca una ganancia de los productos que vende y parte de esa ganancia, también a su escala, la acumula como cualquier capitalista. Además, si los clientes dejan de comprar a los grandes capitalistas, forzosamente deben comprarle al pequeño comerciante. Si el pequeño comerciante tiene una clientela cautiva (en el sentido que a él y sólo a él le compra), entonces sus ganancias aumentarán significativamente y el excedente a acumular será mayor. Por tanto, se convertirá en un gran comerciante al cual no tendremos que comprarle para favorecer a otro pequeño comerciante y vuelta a empezar. Aclaro nuevamente que no se trata de no comprar, sino de tener presente cuál es el proceso que se está favoreciendo. Rápidamente, cuento una anécdota de mi infancia. El barrio donde crecí era un barrio pobre. Quedaba en los márgenes de la ciudad, así que la mayoría de las personas hacían su vida ahí sin sentir necesidad de salir. Sólo lo hacían para ir al trabajo. El barrio tenía una sola tienda que vendía, básicamente, alimentos y, en general, productos de primera necesidad. Yo de vez en cuando jugaba con el hijo del tendero, a quien todos despreciaban. El desprecio se basaba en que en un contexto de grandes carencias, el tendero y su familia parecían tenerlo todo. No eran ricos, pero era evidente que las ganancias de la tienda les permitía tener más que cualquiera de nosotros. El hijo, por ejemplo, tenía una bicicleta en un lugar donde tener una formaba parte de un sueño inalcanzable. Mientras yo jugaba con unos trozos de madera con cuatro clavos que en mi imaginación era un cochecito, el hijo del tendero tenía coches a escala con los que me fascinaba jugar cuando estábamos juntos. Él parecía no entender mi admiración por aquellos objetos porque para él era natural tenerlos. En fin, la anécdota viene al caso porque sus juguetes, como las clases de baile o la playera del Barça del meme, provenían del trabajo de mi papá y de todos los que por única opción teníamos la tienda de su papá. El mío trabaja de noche y yo solo lo veía cuando llegaba a casa y mientras dormía, recuperándose para su próxima jornada. Pero siempre llegaba con algo que le compraba a nuestro tendero y que eventualmente se convertiría en lo que a mí no me podía comprar. No sé si mi padre hacía una diferencia o luchaba contra un remoto, ignoto y perverso CEO al comprarle al tendero del barrio, sí sé que queriendo o sin querer colaboraba con la vida burguesa de ese tendero y de los suyos.

18 de julio de 2016

Lucha


Hace poco sostuve una conversación  encantadora y, al mismo tiempo, triste con la mayor de mis sobrinas. Está casada y es madre de tres hijos, uno de ellos aún no ha cumplido su primer año. Me contaba lo terrible de la situación en Venezuela. Los dos problemas más graves, según ella, son la escasez de alimentos y el alto grado de violencia. En Venezuela, hoy, por un lado, no hay qué comer y, por el otro, proliferan los robos, asaltos, secuestros y asesinatos. Mi sobrina se ha planteado seriamente dejar el país, pero, primero, no quiere y, segundo, piensa que una familia de 5 miembros no es bienvenida en ningún país. Entonces se queda y lucha todos los días para conseguir el sustento de ella y de los suyos. En un primer momento, pensé que mi sobrina se había resignado, que al no poder luchar contra lo ineluctable aceptaba amargamente la derrota y trataba de sobrellevar una vida que no le gusta. Luego, al verla reírse de la desgracia nacional (no con risa de burla, sino con esa risa que produce el absurdo cuando llega a extremos insospechados), pensé que su espíritu de lucha nada tiene que ver con la resignación y menos aún con la derrota. El país no ha vencido a mi sobrina. Todo lo contrario, la ha convertido en una mujer vitalista, que quiere vivir más allá y a pesar de las personas que le hacen la vida imposible. Imagino que la maternidad la impulsa a seguir, pero también la fortaleza y la integridad interiores que se resisten a ceder ante las pobres y tristes acciones del gobierno nacional. Tiene tres hijos por los cuales luchar y por quienes vale la pena padecer las penurias generadas por los desmanes de uno de los peores gobiernos que ha tenido Venezuela, pero también se tiene a sí misma. Como ella, seguramente hay miles de venezolanos, que cada día se levantan y ven un campo de batalla asolado allí donde antes bullía la vida, se movían libremente y las carencias (que siempre las hay) no amenazaban directamente con acabar con su existencia, y a pesar de ello siguen luchando.

24 de junio de 2016

Perspicacia


Malcolm Bradbury, viéndose en la necesidad de justificar por qué los críticos lo ubicaban en una esfera literaria particular, dijo un par de cosas que me resultan, no solo perspicaces, sino divertidas. Primero, con los géneros pasa lo mismo que con los coches deportivos: una vez que estás dentro es muy difícil salir de ellos. Segundo, no importa que un autor declare que el contenido de sus libros es ficticio, la gente siempre se las arregla para encontrar en ellos “hechos reales”. La parte divertida es que esta última idea la completa con una frase muy propia del humor inglés: “even though reality was abolished in the 1980s”, es decir, aun cuando la realidad fue abolida en los años ochenta. Creo que una de las cosas que más disfruto de algunos escritores como Bradbury o como DeLillo, o anteriores como De Quincey o Swift, es ese sentido de la oportunidad para introducir una frase que dibuja una sonrisa en el rostro del lector. Las propuestas estéticas que nos hacen sonreír son del todo valiosas. Esta es una afirmación riesgosa, pero creo que puedo autorizarme a decirla dada la naturaleza secreta de la mayoría de los blogs. Muy relacionado además con mi afición por la comedia, el mismo Bradbury decía que sus novelas, aunque muchos se las tomaban en serio, él las consideraba cómicas, es decir, que ciertas páginas estaban intencionalmente escritas para producir un reflejo fisiológico que en Bretaña llaman loughter, es decir, carcajada.

10 de abril de 2016

Amy

Anoche vi, por fin, «Amy», documental dirigido por el laureado Asif Kapadia. Se trata, como su nombre más o menos lo indica, de una biografía audiovisual de la cantante británica Amy Winehouse. Si bien la vida de esta talentosa cantante estuvo siempre en las primeras planas, Kapadia logró un producto «nuevo» conformado por videos de aficionados y versiones inéditas de algunas de las canciones de Winehouse. No echaré a perder esta novedad, solo haré referencia a un aspecto moral de la película que me dejó algo roto. Me refiero al uso de las drogas por parte de la protagonista. Eso tampoco es un secreto y, de hecho, si en un momento la popularidad de Winehouse se debió a su voz y a sus composiciones, en otro esa popularidad estuvo directamente ligada al uso excesivo e indiscriminado que la artista hizo de los estupefacientes. Sin embargo, lo «diferente» es la crudeza con la que Kapadia muestra el rápido deterioro de Winehouse debido a ese consumo; es simplemente devastadora. Casi lloré, y una y otra vez me formulaba las mismas preguntas: ¿por qué su talento no la hizo feliz? ¿por qué esa voluntad de autodestrucción? La película deja más o menos claras algunas «causas» que la llevaron por el camino de la amargura: Winehouse era una mujer emocionalmente frágil, la relación con sus padres no era del todo satisfactoria y el amor que le tuvo al hombre que se convertiría en su esposo fue todo un tormento. Con una vida así cualquiera busca evadirse, dirían por ahí. Pero, digo yo, ¿no pudo el canto haber sido su refugio en lugar de su condena? El arte pare ella fue una fosa que fue cavando poco a poco a fuerza de violencia contra sí misma. Esa tendencia me produjo desencanto y, al mismo tiempo, tristeza; aunque tal vez el «sentimiento» que me dominó fue la incomprensión (luego discutimos sobre el carácter afectivo de la incomprensión) expresada moralmente como censura. Algo en mí censuraba y censura esa opción tanatológica. Y la razón era y sigue siendo simple: saber hacer muy bien lo que pocos o nadie hace, y saber que eso que haces produce un efecto vital en los demás, solo debe traducirse en extensión de la vida, no en su acortamiento. El octogenario cantante Tony Bennet lo resumió sabiamente en una frase que, según él, le hubiera gustado decir a Amy: «Life teaches you how to live it if you live long enough.» [La vida te enseña a vivir, si vives lo suficiente]. Winehouse no pudo aprender porque la muerte la alcanzó joven. Digo la alcanzó, pero, desde mi punto de vista, cada vez que la tuvo cerca, en lugar de correr y alejarse, Amy disminuyó el paso, hasta que la Parca le detuvo el corazón. Vean este documental y aprendan lo contrario.

27 de marzo de 2016

Sorpresas

Anoche vi “Batman v. Superman”. No soy experto en la materia, pero mi afición por los ejercicios de imaginación y mi espíritu netamente snob me impulsaron a ir al cine a ver la película del momento. Dada mi ignorancia, mis expectativas no estaban contaminadas y tenía un horizonte abierto para la sorpresa y, en efecto, me sorprendí. Específicamente, me sorprendió el final, pero de eso no hablaré aquí para no arruinar la fiesta de las que todavía no la han visto. Sin embargo, sí haré referencia a algunas sorpresas menores que los entendidos seguramente definirán como ingenuidades propias de una mente mal informada y simple como la mía. La primera: Clark Kent y Lois Lane viven juntos; tienen una relación amorosa y ella sabe quién es él. La segunda: Clark Kent no sabe que Bruce Wayne es Batman. La tercera: Lex Luthor tuvo un hijo que es tan astuto y tan vil como su padre. La cuarta: la madre de Clark Kent y la madre de Bruce Wayne eran homónimas. La quinta: Superman tiene un lado oscuro que lo acerca peligrosamente a la megalomanía. La sexta: Wonder Woman, aparte de ser terriblemente atractiva, también es más fuerte de lo que recordaba; además, creo que es inmortal o los años no hacen mella en su piel ni en el resto de su cuerpo. La séptima: por alguna de las múltiples salidas de la corrección política, Perry White, el editor en jefe del Daily Planet, no es white sino black, de allí que sea interpretado por Laurence Fishburne. La octava: que hayan escogido a Amy Adams para interpretar a Lois Lane me sorprendió más de la cuenta; Adams (no es su culpa sino de los guionistas) encarna a una reportera cuyo carácter aguerrido se ve opacado por la falta de salero (que, por cierto, le sobra a Wonder Woman). Digo que me sorprendió porque vi a Adams en el papel de Margaret Keane, en “Big Eyes” de Tim Burton: simplemente maravillosa. Pero aquí creo que el papel no le hizo justicia a sus virtudes histriónicas. Finalmente, la mayor y mejor sorpresa fue ver la actuación de Jesse Eisenberg haciendo de Lex Luthor, Jr. No tengo yo las palabras para describir su trabajo; suficiente será con verlo en pantalla. Sólo diré que ya es una costrumbre que los villanos se roben el show y opaquen a los héroes. Resumiendo, “Batman v. Superman” es una película entretenida con un fondo moral que no hay que descuidar, si uno logra distinguirlo a través de la densa niebla de los efectos especiales y de la fuerza mítica de los personajes centrales. Vayan a verla.

16 de marzo de 2016

Desgaste

Los líderes del gobierno nacional venezolano, y muchos de sus seguidores, han convertido cierta manera de responder en un modus operandi que tal vez esté contando sus últimos días. No importa el tipo de denuncia que se haga, siempre afirman que todo es parte de una sofisticada aunque evidente conspiración que sólo persigue perjudicar al gobierno y obstaculizar sus buenas intenciones. Suponiendo que no es evasión de responsabilidad, sino que en efecto esa conjura existe, ¿por qué el gobierno no logra contrarrestarla? Digo, si se trata de un complot bien orquestado, entonces debería ser secreto (o muy difícil de descubrir) y sus efectos ser sorpresivos, deletéreos y, sobre todo, inexplicables. Si se trata de eso, entonces la consabida respuesta carece de validez porque el gobierno no sabría a qué se deben los efectos negativos. Pero si se trata de un complot mal orquestado, es decir, que ya no es secreto y, en consecuencia, no puede ni sorprender ni producir efecto negativo alguno, y siempre es posible explicarlo, ¿por qué sigue perjudicando a la gente y no hay, por parte del gobierno, unas acciones concretas para paliar o neutralizar el perjuicio? A veces, las palabras son como las piezas de un mecanismo móvil, tienden a desgastarse. El mecanismo sigue funcionando pero mientras más desgaste su eficiencia desmejora significativamente. Al final, solo algunas personas continúan confiando en él y el resto o busca o espera una máquina nueva. Seguir creyendo que el imperialismo yanqui es el cabeza de turco de todo lo "malo" que sucede en Venezuela porque ha organizado un complot cuyas manifestaciones son múltiples e ineluctables, es seguir creyendo en una respuesta fatigada, que nada explica y nada resuelve.

21 de febrero de 2016

Presos


Me cuesta asimilar la idea de “preso político”. Digo, por lo general, los presos políticos son llevados a la cárcel porque manifiestan abiertamente que no están de acuerdo con alguna postura gubernamental particular. Dependiendo del régimen donde expresen su divergencia, les va mal o les va peor. Si el régimen se postula como democrático, va a la cárcel por razones legales hiperbólicas, casi siempre de tipo criminal que astuta y tendenciosamente son desplazadas hacia su caso. Si el régimen es dictatorial, va a la cárcel y a veces es ejecutado por razones igualmente hiperbólicas pero sin los rodeos hipócritas de los aparentes demócratas. Al dictador, que casi nunca tolera las críticas y menos aún los actos contrarios a su gestión, no le tiembla el pulso para apresar y condenar a quien califica de desestabilizador o de violento o de fascista o de enemigo del pueblo o simplemente de traidor a la patria. A veces, ocurre que se mezclan ambas posturas, es decir, el gobierno cuestionado políticamente se define como una democracia, pero actúa como una dictadura. Tal es el caso de Venezuela, como tanta gente no se cansa de denunciar. Desde hace 17 años, ese país está siendo gobernado por personas que han llegado al poder por la vía del voto, pero que además de haber demostrado ser muy ineficientes a la hora gestionar los asuntos públicos, también han mostrado abiertamente que no toleran el disentimiento ideológico.  Son impermeables a la crítica y sistemáticamente descalifican a los críticos. Si esos críticos se convierten en una piedra en su triste y costoso zapato, entonces lo llevan a la cárcel o abren un juicio en su contra. Hoy, en la Asamblea Nacional venezolana, los diputados opositores están proponiendo una Ley de Amnistía para los presos políticos. Delsa Solórzano, presidenta de la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional, afirmó que se beneficiará a más de 30.000 personas: “Hablamos de 115 presos políticos, más de 2.000 personas sometidas a proceso penal, pero también de los empleados públicos que puedan sentirse perseguidos”, según leo en una nota publicada en El Nacional. Desde mi punto de vista, con esa cantidad de beneficiarios, esa ley es urgente, pero no dejo de pensar que es una vergüenza que haya gente en la cárcel por haber participado, organizado o convocado manifestaciones, protestas o reuniones con finalidad política. Son treinta mil beneficiarios según la ley que se propone, pero mientras no entre en vigor el salvavidas legal son treinta mil perjudicados por la intolerancia salvaje de una personas que difícilmente pueden llamarse venezolanos. No tiene patria aquel que no entiende la diversidad connatural de los pobladores de cualquier nación.

Brooklyn


Anoche vi una película con un nombre simple pero con un contenido intenso: Brooklyn de John Crowley. Ha recibido buenos comentarios y muchas nominaciones para ganar premios tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. No sé si es para tanto. Es una historia de amor en el marco de la migración durante los primeros años de la década de 1950. En ese sentido, carece de originalidad. No obstante, ser original no creo que haya sido la meta de los guionistas, o del autor del libro que sirvió de base para la película. Creo que el quid de esta historia es lo que rápidamente llamaré “la experiencia vital”. La protagonista, una joven irlandesa que migra sola a New York, muestra con una intensidad sin aspaviento las peripecias afectivas producidas por su adaptación al nuevo contexto y por la manera como gestiona los imperativos de su nostalgia. Al final, triunfa el amor (cosa que tampoco es original). Pero, insisto, la falta de originalidad no es lo importante, sino el pulso y sintonía sentimental que logra la historia. Me sentí conmovido, emocionado, de la mano de Eilis, cuya mirada y sufrido laconismo, no dejan indiferente a los espectadores. La sala estaba llena y durante las escenas donde predominaba el silencio, la sala permanecía igualmente callada, como si nadie respirara. Por momentos pensé que los asistentes estaban completamente sumidos en el mundo presentado por la película, tanto que se olvidaron de sus palomitas o que el nudo que se les hacía en la garganta no les permitía tragar nada. En fin, para las personas que aún siguen este blog, Brooklyn puede resultar una opción plausible si quieren experimentar unos minutos de sensibilidad estética.

20 de febrero de 2016

Miedo


Ayer un personaje de una película llamada Zootopia, decía esto: “El miedo siempre funciona”. No pude evitar asociarlo con la situación política, económica y social que desde hace 17 años padece Venezuela. Cientos de analistas han invertido una gran energía cogitativa para comprender lo que sucede en ese país. No sé si han dado en el blanco, pero ese personaje (un cordero, por cierto) acaso sin querer resumió en dos segundo eses tres lustros de desdicha psicosocial. Lo que ha venido funcionando en Venezuela durante todo ese tiempo ha sido, precisamente, el miedo. Chávez enseñó a los venezolanos a tenerle miedo a todo porque él le temía a todo. Solo una persona miedosa invierte tanto dinero en comprar armas para defenderse de enemigos que hasta ahora nadie ha podido ver con claridad (al menos no fuera de su discurso). Solo un miedoso pone al vecino en contra de su vecino. Solo un miedoso decide que para vivir tranquilo es mejor seguir un solo camino y no contempla alternativa alguna de rectificación en caso de equivocación. Igualmente, la política del miedo también es paranoica. Siempre está distinguiendo signos de conspiraciones, conjuras, traiciones, etc. El miedoso, desconfía y la desconfianza es otra de sus fatales enseñanzas. Hay que sospechar; tal es la consigna gubernamental. El miedo, obviamente, es el gran obstáculo para lograr un cambio, porque el miedoso necesita sentirse seguro y el cambio siempre supone un amplio margen de incertidumbre. Así que mejor no cambiar o ver en aquel que propone un cambio a un traidor de marca mayor. El miedoso no resuelve, busca culpables, y cree que identificar la causa de un problema es ya una solución. A los chavistas de hoy, por ejemplo, no les importa que no haya comida, lo que les resulta relevante es afirmar una y otra vez que se trata de una guerra económica y que por eso no hay comida y ya, santo remedio, identificaron la causa, pero ¿y la comida dónde está? El miedo vive mal no tenerlas todas consigo, por eso no entiende la diversidad ni los puntos de vista divergentes. La idea de un gobierno compuesto por elementos extra-chavistas es una idea sumamente abstracta o, mejor dicho, es una idea absurda porque el miedoso sabe que lo que más teme viene precisamente de afuera, es decir, de todo aquello que no pertenezca a esa burbuja enrarecida en la que vive. En fin, solo el miedo mantiene ese sistema y superarlo es indispensable para superar la crisis actual. La misión del venezolano actual es ser valiente, olvidar lo que aprendió del chavismo: el miedo cotidiano que nos susurra al oído una y otra vez "no puedes hacer nada, resígnate".

4 de febrero de 2016

Exageraciones

Acabo de leer la siguiente frase: «Ciudad Tiuna. Fruto de la cooperación binacional China - Venezuela y de la unión cívico-militar, ejemplos vivos del legado del comandante eterno Hugo Chávez Frías, que continúa el primer presidente chavista Nicolás Maduro Moros. Muestra concreta de los logros de la gran misión vivienda Venezuela para satisfacer las necesidades de las familias venezolanas. ¡¡¡Chávez vive - la patria sigue !!!» Confieso que me ha puesto los pelos de punta, pero antes de decir por qué (aunque los seguidores de este blog tal vez no necesiten muchas explicaciones al respecto), diré brevemente qué es eso de “Ciudad Tiuna”: un conjunto residencial que ideó Chávez y que ya lleva varios años construyéndose en una zona militar de Caracas llamada Fuerte Tiuna. La idea del proyecto es dar una vivienda a las familias que no la tienen y, al mismo tiempo, fortalecer las relaciones entre la milicia y la sociedad civil. Esta idea, al menos desde mi punto de vista, no es descabellada, pero su tino está por verse. Militares y civiles, antes de Chávez, tenían una cercanía que estaba regulada por la ley. Debido a las funciones particulares de los primeros (manejar armas, defender el territorio, etc.) se consideraba necesario marcar una distancia prudencial entre ambos grupos sociales. Chávez, militar de formación y radicalmente frustrado por la imposibilidad de ascender en la cadena de mando, intentó romper o, si se prefiere, reducir esa distancia convirtiendo al estamento castrense en una fuerza política más, es decir, en una especie de híbrido altamente peligroso: autorizado para usar armas y, al mismo tiempo, para realizar actividades civiles (entre ellas, votar). No digo que esto no deba hacerse, pero si se hace hay que tener presente que se institucionaliza un cuarto poder que tiene en sus manos más de la cuenta o, en todo caso, que puede controlar a los otros tres. De este asunto hablaré en una próxima entrada, ahora diré las razones por las que el texto que cité al comienzo me pone los pelos de punta. En primer lugar, su mesianismo trasnochado. No sé cómo asimilar que alguien se atreva a llamar a una persona “comandante eterno”. No me sirve el conocimiento psicosocial para explicarlo. Es decir, me parece que las explicaciones son insuficientes. No obstante, esa insuficiencia de sentido me produce una sensación negativa, me hace pensar en la sumisión naturalizada, en personas que no tienen la dignidad suficiente para considerar que el Otro no tiene que comandarlos para siempre, sino que es un igual, un colaborador y que esa colaboración es gradual y finita. En segundo lugar, la hipérbole superflua: decir que el legado de un presidente sea unas casas, es una exageración innecesaria. La función de un presidente o, mejor dicho, de un gobierno es satisfacer las necesidades de la población. Si las personas no tienen dónde vivir, debe entonces construir casas. Hacerlo no es una gran obra, sino una obra necesaria propia de un gobierno. En tercer lugar, esa obra en modo alguno fue llevada a cabo por ese comandante eterno. Él seguramente autorizó su construcción y solicitó el dinero (que era y es de todos los venezolanos), pero nada más. Trabajaron muchas personas a quienes un gobierno que se hace llamar socialista debió dar reconocimiento. En esa placa deberían figurar sus nombres, no solamente el de Chávez y el de su triste y desatinado epígono. La lista de mis desconciertos podría extenderse más de la cuenta, así que lo dejaré hasta aquí no sin antes reiterar que esa placa es un ejemplo vivo no de las maravillas que el comandante eterno realizó en vida, sino de cuán desviada de la sindéresis está la auto-percepción de ese extraño y delirante gobierno.

23 de enero de 2016

Paradoja


A veces, la opinión pública, acaso para resolver su disonancia cognitiva, está convencida de una modalidad de las teorías de la conspiración que implica creer ciegamente que sus gobernantes son extremadamente perspicaces y, al mismo tiempo, extremadamente tontos. Me explico, cuando un sector de la población de un país cualquiera no está contento con las acciones del gobierno nacional, todo lo que ese gobierno hace le parece un desatino. Por ejemplo, piensa que el presidente de esa república no tiene las competencias suficientes para gobernar y, como he dicho, todas o casi todas sus medidas y programas los califica como desaciertos, como actos que no apuntan a la solución óptima y definitiva a los problemas fundamentales de la nación. Digamos que dos de los problemas de ese hipotético país son el narcotráfico y la violencia colateral que esta actividad genera. Si el aparato de seguridad del estado apresa a un narcotraficante, el sector de marras no se alegra; más bien, se enoja y arguye que no se trata de una demostración de eficiencia, sino de una señal de que ha sido puesta en marcha una conspiración. Específicamente, que el gobierno quiere distraer a los ciudadanos para que no se den cuenta que en otra esfera de sus funciones no están haciendo bien las cosas, o que están haciendo una cosa que perjudicará terriblemente a esos ciudadanos. Aun cuando la posición de ese sector los lleva a deducir, sin mucha lógica, resultados cuestionables, habría que preguntarse lo siguiente: ¿Es posible que un gobierno que tildan de torpe ponga en marcha un plan tan sutil? ¿Es posible que el plan sutil sea en realidad una torpeza e inmediatamente pueda ser descubierto? A mí me parece que no. No se puede ser tonto y perspicaz al mismo tiempo; al menos no en la misma esfera. Digo, uno puede ser muy listo para establecer relaciones pero muy tonto para realizar negocios; lo que no puede es ser tonto y listo para establecer relaciones o tonto y listo para realizar negocios. Este tipo de paradoja, como la del gato aquel que está vivo y muerto al mismo tiempo, nada resuelve. En todo caso, se convierte en una distracción no creada por el gobierno, sino por las personas que piensan que se trata de una distracción, es decir, se distraen creyendo que es una distracción. La captura del narcotraficante es un hecho concreto, y difícilmente la persona de a pie puede llegar a saber con toda certeza si los motivos y finalidades de sus captores tenían que ver con el cumplimiento de su deber o con la formación de una cortina de humo psicopolítica. Pedir que se resuelvan los problemas urgentes no implica que se tenga que despreciar la solución de un problema aparentemente no tan urgente. Estar ante una cortina de humo y decir tautológicamente “estamos ante una cortina de humo y no podemos ver nada o todo lo que vemos está borroso debido a la cortina de humo”, es otra manera de repetir el ya manido discurso de la izquierda divina: todo es falsa consciencia producida por las personas menos listas del mundo que, paradójicamente, siempre nos gobiernan.