9 de agosto de 2011

Créditos


En la entrada “Niño” olvidé decir que “Going solo” no apareció a la vera de mi cama por arte de magia o, sí lo hizo, gracias a la magia de mi amada, admiradora incondicional de Dahl.

Abierta


Creo que fue Fernando de Rojas quien dijo que en los males es mejor la potencia que el acto y en los bienes es mejor el acto que la potencia. Dicho de otra manera, es mejor poder estar mal que estarlo y es mejor estar bien que poder estarlo. El problema es que no sabemos qué cosa sea eso de estar bien o de estar mal. Algunos creen que lo uno y lo otro no son más que principios metafísicos que operan a distancia y de manera autónoma. En el caso del Bien el efecto sobre los seres físicos como nosotros es mínimo; en el caso del Mal el efecto siempre es máximo. En algunas sociedades occidentales, se ideó una topografía igualmente metafísica para esos principios. Según esa idea, el Bien está arriba y el Mal está abajo. Y a cada lugar se le asignó una especie de regente omnímodo. El de las alturas es Dios y el de las bajuras es Satanás. Claro, esto que digo es una simplificación olímpica de modelos cuya complejidad lleva siglos de desarrollo (uso esta palabra en el sentido de explicar algo y llevarlo hasta sus últimas consecuencias). En el caso del catolicismo, por ejemplo, para acceder al Bien es necesario responder a lo que muy rápidamente denominaré burocratización almática. Para los católicos no es posible que exista una relación directa entre una persona y Dios. Entre la primera y el segundo debe estar la iglesia, que es una especie de ministerio poli-tentacular que llega a todas partes y que impone cierta disciplina sobre el ejercicio de la fe, es decir, sobre la disposición a creer en la existencia de Dios. Así, no se puede creer como cada cual sienta, sino como la iglesia lo establezca. Esta autoridad se basa en una idea que desde mi punto de vista contradice la cuestión misma de la creencia. Me refiero a que según la iglesia (y aunque no lo confiese) Dios es una interpretación, y la interpretación a su vez es un procedimiento en parte ritual y en parte burocrático. Por ejemplo, para bautizar a alguien (rito sagrado y sacrificial de iniciación en la religión católica) es necesario seguir unos pasos relacionados con el sacramento en sí y otros relacionados con la iglesia como figura administrativa, i.e., es necesario asistir a una charla antes del rito luego de la cual emiten un documento que ha de presentarse ante el sacerdote que oficiará el bautismo. Una vez que el interesado ha sido bautizado, también se redacta un acta donde queda escrito lo que sucedió y que en adelante tendrá para los católicos un valor análogo al que tiene el acta de nacimiento para los civiles. Al final, el acceso al Bien queda autorizado por la entidad burocrática aun cuando se diga que se ha llevado a cabo un rito ad hoc que simbólicamente reproduce una acción realizada por el Dios fundador de esa religión.  En algún punto de esta nota me perdí. Si me encuentro la acabo.

Niño


Fascinado o más bien atraído por el tipo de literatura que gusta a los intelectuales pero que aburre a las personas realmente inteligentes, poco o ningún tiempo he dedicado a leer libros infantiles. Confieso que siempre me han resultado atractivas las ilustraciones que suelen decorar sus portadas, pero la curiosidad no me ha llevado a más. No obstante, el acaso me ha acercado a varias de esas obras pero por la vía del cine. Entrañables me han resultado las versiones cinematográficas de “James and the giant peach” de Henry Selick, “Charlie and the chocolate factory” de Tim Burton, “Matilda” de Danny DeVito, y “Fantastic Mr. Fox” de Wes Anderson. Hoy, dando tiempo a que amaneciera por completo, comencé a leer un libro que se llama “Going solo”, escrito por Roald Dahl, y mientras leía las notas preliminares me enteré de que esas películas habían sido, como dije, libros infantiles, pero además supe que el autor de esos libros había sido el mismo del que ahora leía, es decir, Roald Dahl. También me enteré de que murió en 1990. No pude evitar sentirme triste y lamentar mi tardanza. Si aún viviera no dudaría en enviarle una carta felicitándole por su prolija existencia literaria tan beneficiosa para el niño que aún vamos siendo.

6 de agosto de 2011

Bien


Ni la fe ni la religión nos hacen buenos. Nuestras acciones, específicamente el modo como actuamos respecto de los demás, son la muestra y la medida de nuestra bondad. Rezar para que Dios haga el bien no es tan meritorio como hacer el bien por cuenta propia. Confundir el dogmatismo religioso con el ejercicio de la bondad no sólo es un error psicosocial, sino una manera de darle la espalda a todo el bienestar que podemos proporcionar al Otro. El sacrificio egoísta tampoco sirve. Nadie se beneficia si decidimos vivir mal. Todo lo contrario, para hacer un bien hay que estar bien, y para estar bien hay que hacer el bien. Un acto de fe y ejemplo supremo de religiosidad sería olvidarnos de la fe y de la iglesia por un buen tiempo, y actuar siempre desde la perspectiva de la bondad. Luego, solicitar a Dios una audiencia para intercambiar pareceres sobre todo el bien que hemos hecho. Seguramente, en lugar de perdonar nuestros pecados, sonriendo nos dará una palmadita en la espalda y bajito dirá “Adelante”.