25 de febrero de 2013

Humildad


Cierta inclinación política hacia el eufemismo psicosocial, en lugar de decir los pobres prefiere decir sectores humildes de la población. Pienso que es una inclinación terriblemente imprecisa y si al diccionario nos remitimos, se pasa de la imprecisión a la ofensa. Según el libro de las dicciones,  la humildad es una «virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.» También significa «bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie» y, finalmente, humildad es sinónimo de «sumisión» y de «rendimiento». Este último término a su vez significa «obsequiosa expresión de la sujeción a la voluntad de otro en orden a servirle o complacerle.» En la primera línea de este texto decía que se trata de un eufemismo, pero luego de conocer esta última acepción de humildad, creo que más bien se trata de una elipsis negativa: ciertos personajes públicos prefieren omitir esas acepciones para que no resulte claro el sentido de esa atroz atribución. Dicho de otra manera, para ellos, en efecto, los pobres son humildes pero en el sentido de que son el tipo de persona que actúa de manera baja, que tiende a someterse y que fácilmente se rinde a la voluntad de los poderosos. Afortunadamente, esa salida ideológica supone también que esos personajes reconocen pero no confiesan que los pobres en modo alguno son humildes. Yo vengo de allí —digo, de la pobreza— y si bien el ambiente en general es afable y colaborativo, no es difícil encontrar aquí y allá marcados rasgos de soberbia. De hecho, los llamados malandros, que suelen ser pobres, en modo alguno son sumisos y, basados en unos criterios de dignidad endógenos, no lo piensan dos veces para usar una pistola contra alguien que les resulte ofensivo. En mi casa, por ejemplo, me enseñaron a no pedir, a no siempre aceptar lo que te ofrecen, a no pecar de ignorante y, en la medida de los posible, a ser prudente. Estas enseñanzas en modo alguno pertenecen a la esfera de la humildad y sólo de adulto actualicé su verdadero sentido. Creo que es hora de que también actualicemos el sentido del eufemismo aquel o de la reticencia aquella y comencemos a llamar las cosas por su nombre.

22 de febrero de 2013

Mal


No hay posición más ilusa que creer que se está actuando con arreglo al Bien o que hay que procurar siempre actuar con arreglo al Bien. En esta vida (no sé si hay otra, así que prefiero no negarla a priori o sobre la base de la ignorancia); en esta vida, decía, bien le va a quien actúa con arreglo al Mal.

15 de febrero de 2013

Academia


La Academia norteamericana ha difundido la idea de que para producir conocimiento hay que competir. Los académicos del resto del mundo y, sobre todo, las instituciones académicas, han asumido esa idea acríticamente y la han convertido en un imperativo de supervivencia y status además de una vía necesaria para conseguir financiamientos para la investigación. Se piensa, tal vez de una manera un tanto ingenua, que ser mejor y producir más equivale a más y mejor conocimiento. Sin embargo, al menos desde mi punto de vista, cuando requieres a alguien a ser mejor y hacer más que el Otro bajo pena o sanción determinadas, también estás colaborando para que ese Otro se quede al margen del proceso de producción de conocimiento o, dicho de un modo más directo, colaboras con su exclusión. Esto es casi matemático, el efecto colateral de la competencia no es la proliferación del éxito sino del fracaso. Desde mi punto de vista es más sano abandonar esa idea, y optar por otra que no genere ese efecto. Pienso que para producir conocimiento hay que colaborar; no hay que competir. No se trata de ser mejor que el otro y que éste sea peor que tú, sino que ambos unan sus fuerzas para producir un beneficio concreto para su comunidad, la cual incluye tanto a científicos como a no-científicos. Un currículum no debe ser competitivo, sino colaborativo. Tampoco debe hablarse de “producción científica”, sino de “beneficios científicos”. Por ejemplo, para mí un criterio que debe ser borrado de los anales académicos es el del número de citas que una publicación acumula. Esa cantidad no dice cuánto ha beneficiado o servido un producto científico, sino cuánto un cierto grupo de científicos es capaz de mirarse constantemente el ombligo. He visto y oído a académicos pedir a su grupo de referencia que se citen entre sí, para engordar ese indicador. No los cuestiono; simplemente son víctimas de las conminaciones del sistema. En todo caso, pienso que las sociedades merecen que el conocimiento producido por sus intelectuales regrese a ellas en forma de beneficio concreto y que ese beneficio sea el producto de un trabajo comunitario y no de un proceso competitivo; que todo académico colabore desde sus posibilidades y que nadie quede fuera, esa debe ser la consigna.

4 de febrero de 2013

Desatino


Una persona, cualquier persona, espera sentada en su coche a que el portón de su casa se abra. De pronto, otra persona, cualquier persona, se acerca por un costado y le dispara dejándola inmediatamente sin vida. La razón de este acto tan terrible es, para mí, incomprensible: la segunda persona quería robarle el coche a la primera. Esto, detalles más detalles menos, durante los últimos diez años, ha venido siendo un acto común en el país de donde provengo. ¿Y saben cuál ha sido la preocupación mayor en ese tiempo por parte de las personas que se dedican a la política? No han sido esas vidas perdidas ni el anhelo porque no se pierdan más, sino quién ocupa el poder y quién debe ocuparlo. Triste mundo, la verdad.