20 de noviembre de 2011

Susto

Me asusta la foto de Jimmy Wales.

Gaviota

No me gustan las gaviotas. De hecho, recuerdo con cierto disgusto el librillo aquel que se llamaba «Juan Salvador». Aun cuando mi entendimiento ya había asumido que en el campo de la ficción era común la fauna parlante y humanizada, aquella gaviota reflexiva, inconforme y en cierto modo perfeccionista me resultaba inverosímil y antipática. Pero lo que más me disgusta de estos animales es su voracidad. Son como hienas aladas o, si se quiere, como buitres marinos. Van por la costa, especialmente la poblada por humanos, y toman la comida viva que se les atraviesa (palomas, cangrejos, etc.) o recogen la basura que les parezca apetecible. Si la comida es poca, las gaviotas ejercen la rebatiña. Incluso son capaces de arrebatarle el bocado tanto a una compañera de especie como a cualquier otro animal marino que haya obtenido alimento por sus propios medios. Pudiera decirse que, en ciertas regiones, son el azote de los pelícanos. Éstos en pleno vuelo distinguen a su víctima, se zambullen y la atrapan y cuando salen del agua ahí está una gaviota para robarle la presa. Nunca la consideraría como símbolo de nada, aunque sé de gentes que han hecho de la gaviota su animal distintivo. Algo tendrán en común ¿no?

8 de noviembre de 2011

El debate

Anoche vi, no sin cierta consternación, el debate entre dos de los candidatos a la presidencia de España. Esta mañana, revisé la prensa española para ver qué decía al respecto. Sorpresivamente, en la mayoría de los titulares la línea editorial da por ganador al candidato de la oposición. Sin embargo, en las encuestas a los lectores el candidato del partido de gobierno gana por amplio margen, en dos de los diarios, y en los otros dos, el ganador es el opositor. Un par de cosas se me ocurren: 1) Los medios parecen querer el cambio de partido y 2) las personas votarán por el candidato que ven como ganador. Este par de ocurrencias, que son más bien simples, ponen en evidencia un aspecto que, tal como dije al principio de esta nota, me consterna. Me refiero al contenido. Anoche el candidato del partido de gobierno le preguntaba al opositor por aspectos específicos, literales, de su programa de gobierno, y el opositor en lugar de responder a sus preguntas le llamaba mentiroso e insidioso. El primero insistía en que la hablara de su plan de acción, y el segundo se dedicaba a repetir una y otra vez que el actual gobierno nacional es el culpable de la crisis. ¿Por qué llaman a esto ganar? Yo ni lo sé ni lo comprendo. Por otro lado, yo que no soy español de nada me enteré sobre los planes gubernamentales de estas personas. No discutieron sobre nada en particular, sino que se dedicaron a extender durante 100 minutos la estrategia anti-comunicativa de “ambos decimos la verdad cuando decimos que ambos mentimos”. No pude evitar pensar en las querellas adolescentes que giran en torno a un rumor sobre quién besó a quién. Al final me resultó decepcionante el nivel argumentativo y la capacidad de diálogo de estos interlocutores (¿o debo decir monologantes?); uno de ellos, por cierto, ignoraba abiertamente las interpelaciones del otro y se dedicaba a leer sus notas como si dijera “yo vine a decir lo que tengo escrito, no a conversar e intercambiar puntos de vista sobre los asuntos que preocupan al país.” En fin, con los precarios recursos psicopolíticos que tiene esta campaña electoral, no creo que España gane mucho con el candidato que ganará y pienso que perderá bastante con el candidato que perderá. 

5 de noviembre de 2011

El voto

Es fácil hablar de lo que carece de sentido. Hacerlo es como encadenar condicionales contrafácticos que, como ya se sabe, todos son verdaderos porque sus premisas son falsas; bueno, al menos eso es lo que decía Umberto Eco. Así, quien habla del absurdo tiende a creer que está del lado de la verdad. Por ejemplo, en tiempos de campaña electoral, los candidatos de oposición tienden a usar esta fórmula: «Si yo fuera presidente, la crisis no existiría. Voten por mí.» La petición es la que sella el absurdo, pues esa condición no podrá realizarse por la vía del voto; es decir, la elección no puede satisfacer el enunciado porque las condiciones que éste exige son las que tuvieron que haber sido, pero no fueron. Esto significa que éstas no serán las que serán, y el que vota no lo hará por lo que es, sino por lo que pudo haber sido y no fue. Al final, en el mejor de los casos, el voto solamente servirá para que los desencantados alimenten vanamente sus esperanzas, no para que la crisis desaparezca con el nuevo presidente. 

1 de noviembre de 2011

Así

Hace unos cuatro años atrás encontré en La Central del Raval un librillo publicado por Gedisa cuyo nombre no podía ser más frugal: «Roma, Florencia, Venecia». Lo compré por su autor, Georg Simmel, quien siendo alemán gustaba mucho de Italia. De hecho, el volumen está compuesto por sendos ensayos dedicados a esas ciudades, escritos luego de haber estado en ellas. Son textos centenarios (1898, 1906, 1907), pero no dejan de tener un cierto tino de actualidad filosófica para todo aquél que esté interesado en la idea de ciudad. Hará unos minutos que abrí nuevamente el libelo al azar y leí, también al azar, el renglón 11 de la página 35. Encontré una frase cuyas resonancias psicopolíticas me hicieron pensar en algunas de las cosas que decía el Adriano de Yourcenar. He aquí lo hallado: «…la grandeza de los grandes hombres es la de no ser unívocos, sino ser especialmente inteligibles para cualquiera y contribuir a que cada uno se supere a sí mismo en la dirección propia de su ser.» Digo yo, hay que juntarse con gente así o, en la medida de la posible, ser así, ¿no?