14 de enero de 2011

Fumicidio

Hay un rasgo netamente humano que en ocasiones me cuesta comprender y que algunas tendencias religiosas atribuyen a una entidad igualmente incomprensible, Dios, de manera tal que no sea necesario explicarlo porque, simple y llanamente, pertenece a la esfera del misterio. Me refiero al libre albedrío; específicamente, a dos de sus acepciones: (1) Voluntad no gobernada por la razón, sino por el apetito, antojo o capricho, y (2) Potestad de obrar por reflexión y elección. Si bien otro rasgo, el gregarismo, nos inclina a seguir los derroteros definidos por el Otro, si esa ruta comienza a atentar contra el primer rasgo, entonces nos rebelamos incluso a ultranza. Dicho de un modo más sencillo: podemos estar de acuerdo con que la vida es valiosa, pero si vivir implica evitar lo que consideramos placentero, entonces ese valor disminuye significativamente y apelamos al derecho a disponer de nuestra propia existencia como nos plazca, es decir, apelamos al libre albedrío. El consumo de cigarrillos es ejemplar en este sentido. Recientemente, en España entró en vigor la llamada Ley Anti-tabaco que, palabras más palabras menos, prohibe fumar en edificios oficiales, como ministerios y aeropuertos, y en espacios públicos cerrados, como bares y restaurantes. Algunos espacios públicos abiertos, como los parques infantiles, también están comprendidos en la prohibición. El argumento para sancionar esta ley es relativamente sencillo: fumar produce enfermedades mortales tanto en las personas que fuman como en aquellas que, sin fumar, están cerca de los fumadores. Puesto que los fumadores no han sido capaces de abandonar su hábito que es probadamente nocivo, el Estado ha decidido tomar medidas drásticas no en defensa de la salud de los usuarios directos, sino de los usuarios de segunda mano, es decir, las personas que acaban aspirando accidental e involuntariamente el humo de los fumadores. Si bien soy enemigo de las imposiciones, creo que en este caso no puedo sino conferir a la mentada Ley un cierto crédito de existencia. Aunque esta nota no trata de mi posición, sino de algunos de los argumentos en contra de la Ley que circulan por los medios de comunicación. Según una estrategia informativa que también cuestiono, algunos medios se han dedicado a distribuir opiniones que, al menos desde mi punto de vista, solapadamente favorecen la oposición a la Ley. La que más distribuyen es la opinión de los hosteleros. Según ellos, la Ley significa un golpe duro a su gremio, porque sin fumadores irán más temprano que tarde a la quiebra. Dicho drásticamente, nadie quiere entrar a un bar donde no se puede fumar. Entonces, para que su negocio se mantenga y eventualmente prospere, piden que se deje a la gente fumar en paz y alterar la salud de los no fumadores. Si esa acción conduce a la muerte, importa poco. Los hosteleros necesitan clientes aunque éstos vayan muriendo poco a poco. Inconscientes del carácter inmoral de su posición amenazan con comenzar a despedir a sus empleados, porque, básicamente, el sueldo lo pagan con el consumo de las personas que fuman. Esto es, que para que un camarero se gane la vida, el hostelero pide que se deje morir lentamente a sus clientes. La otra opinión que también distribuyen proviene de los fumadores mismos. Por lo general, y como era de esperarse, no están de acuerdo. Se sienten agredidos y excluidos y, al igual que los hosteleros, piden que les permitan disponer de su propia vida. Que si ellos contaminan, entonces deberían prohibir el vuelo de los aviones y el desplazamiento de los coches, porque contaminan más que un simple cigarrillo. Es decir, que el fumador prefiere que el resto de la humanidad no se desplace por medios mecánicos, emisores de CO2, con tal de fumar dentro de un bar. Este nivel de absurdo me desconcierta y me hace pensar en la necesidad urgente de dictar cursos de haplofrenia.

1 comentario:

  1. Quizás los medios de comunicación han omitido la voz de muchos fumadores que estamos de acuerdo con la ley. Aunque sea incómodo salir a fumar, a veces es insoportable estar en un local con demasiado humo, aún siendo fumador.

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