6 de agosto de 2011

Bien


Ni la fe ni la religión nos hacen buenos. Nuestras acciones, específicamente el modo como actuamos respecto de los demás, son la muestra y la medida de nuestra bondad. Rezar para que Dios haga el bien no es tan meritorio como hacer el bien por cuenta propia. Confundir el dogmatismo religioso con el ejercicio de la bondad no sólo es un error psicosocial, sino una manera de darle la espalda a todo el bienestar que podemos proporcionar al Otro. El sacrificio egoísta tampoco sirve. Nadie se beneficia si decidimos vivir mal. Todo lo contrario, para hacer un bien hay que estar bien, y para estar bien hay que hacer el bien. Un acto de fe y ejemplo supremo de religiosidad sería olvidarnos de la fe y de la iglesia por un buen tiempo, y actuar siempre desde la perspectiva de la bondad. Luego, solicitar a Dios una audiencia para intercambiar pareceres sobre todo el bien que hemos hecho. Seguramente, en lugar de perdonar nuestros pecados, sonriendo nos dará una palmadita en la espalda y bajito dirá “Adelante”.

2 comentarios:

  1. Me ha encantando. Ojalá cada vez más gente nos diéramos cuenta que la clave está en la bondad. Tan simple y a veces tan complejo. Saludos!!!

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  2. Epale Adriana,
    Gracias por tu comentario. En efecto, creo seriamente que en la bondad está la semilla. El problema es hallar una definición de bondad tal que su ejercicio no perjudique existencialmente ni al sí mismo ni al Otro.

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