21 de marzo de 2012

Otro

Según dicen, Cristo se hizo famoso cuando llegó a los 30 años de edad. Muchas de sus fabulosas peripecias tuvieron lugar cuando su cuerpo estaba en óptimas condiciones y sus facultades cogitativas, manifiestas en una elocuencia sin par, eran insuperables y ni hablar de su calidad espiritual. No obstante, a más de dos mil años de su muerte (que como se sabe apenas duró tres días), sus máximos seguidores, los católicos, tienen la costumbre de elegir como vicario de Cristo a una persona evidentemente decrépita cuya lucidez intelectual (dejemos para luego la espiritual) no es precisamente descollante. En estos días ese vicario está de viaje por el Caribe y el director de la sala de prensa del Vaticano afirma que es un signo de buena salud. Sin embargo, agrega que el papa no podrá visitar la capital mexicana porque no puede estar en lugares que sobrepasen los 2500 metros de altura sobre el nivel del mar. Igualmente, otras estrategias para paliar sus achaques serán: seguir el viacrucis sentado, sin participar activa y directamente, y si llega a diciembre adelantarán los horarios de la misa de Nochebuena y de la Vigilia Pascual en San Pedro, para evitar desveladas. Según leo en una nota de prensa, en octubre de 2011, se introdujo el uso de una plataforma móvil, es decir, una base con ruedas y barandas que le permiten desplazarse por la nave central de la Basílica de San Pedro sin necesidad de recorrer a pie los 150 metros que le separan del altar mayor. Esas son, pues, las condiciones físicas del representante de Cristo en la tierra. Tiendo a creer que el jefe supremo no participó en su escogencia. Si lo hubiera hecho creo que sería una mujer de mediana edad con el aplomo y la fuerza del cazador de cocodrilos, la retórica de Martin Luther King y la prudencia de Gandhi, aunque como sus caminos son siempre misteriosos seguramente la combinación sería otra y mejor.    

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