En días recientes, mientras escuchaba distraídamente
el noticiero, noté que hablaban de mi país; cosa rara por estos lados. Di un salto y presté atención a los
últimos detalles de la nota: Venezuela
encabeza las estadísticas en la categoría ‘número de muertes violentas’. En
realidad ocupa el segundo lugar. En el primero está Honduras; en el tercero,
Guatemala. México, recalcó el locutor acaso con cierto alivio, no se encuentra
entre los diez primeros. Al escuchar esto me sentí terriblemente desalentado. Es triste saber que el país donde
pasaste buena parte de tu vida es noticia sólo cuando suceden cosas negativas y
no lo contrario. Nadie dice Venezuela
encabeza la lista de los países productores de microchips. No se escuchan
noticias del tipo Venezuela encabeza la
lista de los países que más respetan los derechos humanos. Claro, no se
dice eso porque simple y llanamente no sucede. Los venezolanos (cada uno con su
cuota de responsabilidad) han decidido vivir de la peor manera posible. Unos
llevan consigo armas y siempre que el fuero interno, que por lo general es
caprichoso, lo exija las usan para acabar con la vida de alguien. Digo 'alguien', pero la cifra de personas que mueren así es alarmante (de allí la estadística de marras). Los venezolanos
parecen vivir regidos por este principio fatal: Si
se dañó, así se quedó. Aunque la traducción de ese principio en realidad
es: Lo dañamos por ignorancia o por
voluntad y ahora algunos no sabemos cómo repararlo, otros no quieren repararlo
y unos cuantos prefieren dañarlo aún más. En fin, y volviendo al tema central de
esta nota, en Venezuela parece que no pasan cosas buenas dignas de ser
contadas. De ella sólo se habla si su actual presidente dice alguna sandez, si
una de las incontables venezolanas bonitas gana el Miss Universo, o si algún indicador de desgracia psicosocial determina
que, en efecto, somos un país desgraciado.
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