8 de febrero de 2014

Desgraciados

En días recientes, mientras escuchaba distraídamente el noticiero, noté que hablaban de mi país; cosa rara por estos lados. Di un salto y presté atención a los últimos detalles de la nota: Venezuela encabeza las estadísticas en la categoría ‘número de muertes violentas’. En realidad ocupa el segundo lugar. En el primero está Honduras; en el tercero, Guatemala. México, recalcó el locutor acaso con cierto alivio, no se encuentra entre los diez primeros. Al escuchar esto me sentí terriblemente desalentado. Es triste saber que el país donde pasaste buena parte de tu vida es noticia sólo cuando suceden cosas negativas y no lo contrario. Nadie dice Venezuela encabeza la lista de los países productores de microchips. No se escuchan noticias del tipo Venezuela encabeza la lista de los países que más respetan los derechos humanos. Claro, no se dice eso porque simple y llanamente no sucede. Los venezolanos (cada uno con su cuota de responsabilidad) han decidido vivir de la peor manera posible. Unos llevan consigo armas y siempre que el fuero interno, que por lo general es caprichoso, lo exija las usan para acabar con la vida de alguien. Digo 'alguien', pero la cifra de personas que mueren así es alarmante (de allí la estadística de marras). Los venezolanos parecen vivir regidos por este principio fatal: Si se dañó, así se quedó. Aunque la traducción de ese principio en realidad es: Lo dañamos por ignorancia o por voluntad y ahora algunos no sabemos cómo repararlo, otros no quieren repararlo y unos cuantos prefieren dañarlo aún más. En fin, y volviendo al tema central de esta nota, en Venezuela parece que no pasan cosas buenas dignas de ser contadas. De ella sólo se habla si su actual presidente dice alguna sandez, si una de las incontables venezolanas bonitas gana el Miss Universo, o si algún indicador de desgracia psicosocial determina que, en efecto, somos un país desgraciado.

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