Si hay algo
que no tolero es la inculpación retrospectiva, es decir, que de pronto te digan:
Aquello que sucedió hace ya un tiempo
atrás, fue así por tu causa. Cosa que a veces se complementa con algo como
esto: Hiciste algo, sabía que lo habías hecho y
que no estabas al tanto de que lo hiciste, pero no te lo dije sino hasta ahora,
cuando ya no es posible reparar el daño hecho o la reparación te costará
mucho. El resultado empeora si se mezcla con lo que llamaré la inculpación
hermenéutica, es decir, la culpabilidad que se asigna al Otro con base en una
interpretación por lo general asimétrica: Dijiste
tal cosa, la interpreté de tal o cual manera y, a partir de eso, consideré que
eras culpable pero igual guardé silencio. Esa forma de proceder es, desde
mi punto de vista, una especie de violencia en el sentido de Levinas; i.e., es
actuar como si el Otro no existiera o, en caso de reconocer su existencia, no
se da al Otro el beneficio de la duda o la posibilidad de refutar la interpretación
o aclararla o, en el mejor de los casos, al menos completarla. Más simple sería
inculpar en el acto, sin demoras, sin postergaciones. El Otro, aunque al
principio se resienta, siempre lo agradecerá. Podrá reparar en la única dirección posible: hacia adelante.
28 de junio de 2014
23 de junio de 2014
Puto
Hace unos días la FIFA advirtió que multaría a la Federación Mexicana de Futbol Asociación
A.C. si la afición de ese país le sigue gritando “puto” (forma denigratoria
de referirse a un homosexual) al portero del equipo contrario. Esto ha generado
en los mexicanos una reacción rara. En primer lugar, arguyen que la posición de
la FIFA es írrita porque ellos no le gritan “puto” al portero para ofenderlo ni
discriminarlo, sino que se trata de una tradición festiva e inocua y que, por
lo tanto, quien se sienta ofendido es porque no entiende algo tan simple como
eso o, mejor dicho, no entiende la cultura mexicana. En segundo lugar, afirman,
en plan Wittgenstein, que el significado de las palabras está supeditado al
contexto de enunciación, así que cuando la palabra “puto” se usa en el estadio
ya no significa homosexual, sino otra cosa que pertenece al orden de lo plausible
o, en todo caso, de lo incuestionable. En tercer lugar, sostienen que decirle
“puto” al portero es una práctica que lleva tiempo realizándose y que la FIFA
hasta ahora no había dicho nada, así que ya es tarde y es mejor que siga haciendo
la vista gorda porque es evidente que su posición actual responde a intereses
que nada tienen que ver con la palabra “puto” o con la tolerancia de la diversidad;
dicho de otra manera, como la FIFA no es una organización virtuosa no tiene
autoridad moral para pedirle virtud a nadie. En cuarto lugar, los mexicanos declaran
que sólo estarían dispuestos a admitir que gritarle “puto” al portero es un comportamiento
discriminatorio cuando todos los comportamientos análogos, efectuados dentro y
fuera del estadio, en México y en el resto del mundo mundial, también sean
censurados. Finalmente, y en tono de reafirmación de la identidad nacional,
aseguran que lo que la FIFA ha logrado no es resaltar un aspecto cuestionable
de la cultura futbolística mexicana así como tampoco ha movilizado la
consciencia de la gente, sino que ha disparado un proceso irreversible que hará
que ese comportamiento se repita pero con más fuerza que de costumbre. Ya he manifestado
en otras ocasiones que la importancia que se le asigna al futbol me resulta exagerada
y que una manera de acabar con ella es aplicar la indiferencia sistemática. Sin
embargo, la controversia que ha generado la posición de la FIFA y la reacción
de los mexicanos me parecen dignas de mención y merecen, creo, una respuesta haplofrénica.
Así, pues, en cuanto a los puntos uno, tres, cuatro y último, se trata de un coctel
de reactancia y de disonancia cognitiva que los psicólogos sociales han estudiado
suficiente y que cualquier madre sabe contrarrestar sin complicación alguna
cuando su hija de tres años se niega a recoger los juguetes que ella misma
dispersó por toda la casa. En cuanto al segundo, sugiero a los que sigan
defiendo esa práctica hacer el siguiente ejercicio: Cuando se vea al espejo diga “soy puto” y acto seguido repita la
siguiente frase “pero aquí puto significa…” y complételo con lo que se le
ocurra.
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