28 de junio de 2014

Culpa


Si hay algo que no tolero es la inculpación retrospectiva, es decir, que de pronto te digan: Aquello que sucedió hace ya un tiempo atrás, fue así por tu causa. Cosa que a veces se complementa con algo como esto: Hiciste algo, sabía que lo habías hecho y que no estabas al tanto de que lo hiciste, pero no te lo dije sino hasta ahora, cuando ya no es posible reparar el daño hecho o la reparación te costará mucho. El resultado empeora si se mezcla con lo que llamaré la inculpación hermenéutica, es decir, la culpabilidad que se asigna al Otro con base en una interpretación por lo general asimétrica: Dijiste tal cosa, la interpreté de tal o cual manera y, a partir de eso, consideré que eras culpable pero igual guardé silencio. Esa forma de proceder es, desde mi punto de vista, una especie de violencia en el sentido de Levinas; i.e., es actuar como si el Otro no existiera o, en caso de reconocer su existencia, no se da al Otro el beneficio de la duda o la posibilidad de refutar la interpretación o aclararla o, en el mejor de los casos, al menos completarla. Más simple sería inculpar en el acto, sin demoras, sin postergaciones. El Otro, aunque al principio se resienta, siempre lo agradecerá. Podrá reparar en la única dirección posible: hacia adelante.

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