9 de septiembre de 2014

Justicia

Un hombre discute con su novia y, usando un cuchillo, le da muerte. La policía lo apresa y ante las cámaras confiesa su crimen. Su actitud en pantalla no da muestras de arrepentimiento o de dolor por lo que había hecho. Una voz le formula preguntas puntuales y él, circunspecto aunque sin dejos de soberbia, las responde casi sin titubear. Un detalle destaca en aquel rostro: su nariz parece haber sido golpeada. Así, pues, convicto y confeso, el hombre va a la cárcel, pero un año más tarde es puesto en libertad, y aquí es donde comienza mi desconcierto. Vi en las noticias cómo salía del presidio, sonriente, acaso ufano, se subía a un coche en compañía de otro hombre y se marchaba lejos de aquel lugar de penas y rigores adonde van a parar los verdaderos asesinos y otros tantos malhechores. Aparentemente, un juez llegó a la conclusión de que un policía no había respetado los derechos de aquel hombre (de allí los signos de violencia que mostraba su nariz) y, bueno, eso anuló su confesión porque se presume que no fue voluntaria. Mi ignorancia de los asuntos jurídicos impide que emita una opinión bien fundada. Sin embargo, me atrevo a afirmar, basado en lo que veo en las series norteamericanas, es decir, basado en posibilidades netamente ficticias, que seguro había otras evidencias, como el arma homicida, huellas, testigos, ADN, coartada, etc., además de la confesión. ¿Por qué esas no valen o no se traen a colación? ¿Por qué no se hizo otra rueda de prensa con el mismo hombre explicando cómo es que fue inducido a mentir sobre su propia culpabilidad? Yendo un poco más allá, en este caso ¿en qué consiste la justicia? ¿Se trata de un asunto puramente procedimental o es más bien una garantía de convivencia y de bienestar común?

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