Un hombre discute con su novia y, usando un cuchillo,
le da muerte. La policía lo apresa y ante las cámaras confiesa su crimen. Su
actitud en pantalla no da muestras de arrepentimiento o de dolor por lo que
había hecho. Una voz le formula preguntas puntuales y él, circunspecto aunque sin
dejos de soberbia, las responde casi sin titubear. Un detalle destaca en aquel
rostro: su nariz parece haber sido golpeada. Así, pues, convicto y confeso, el
hombre va a la cárcel, pero un año más tarde es puesto en libertad, y aquí es
donde comienza mi desconcierto. Vi en las noticias cómo salía del presidio,
sonriente, acaso ufano, se subía a un coche en compañía de otro hombre y se
marchaba lejos de aquel lugar de penas y rigores adonde van a parar los verdaderos asesinos y otros tantos malhechores.
Aparentemente, un juez llegó a la conclusión de que un policía no había
respetado los derechos de aquel hombre (de allí los signos de violencia que
mostraba su nariz) y, bueno, eso anuló su confesión porque se presume que no
fue voluntaria. Mi ignorancia de los asuntos jurídicos impide que emita una
opinión bien fundada. Sin embargo, me atrevo a afirmar, basado en lo que veo en
las series norteamericanas, es decir, basado en posibilidades netamente ficticias,
que seguro había otras evidencias, como el arma homicida, huellas, testigos,
ADN, coartada, etc., además de la confesión. ¿Por qué esas no valen o no se
traen a colación? ¿Por qué no se hizo otra rueda de prensa con el mismo hombre
explicando cómo es que fue inducido a mentir sobre su propia culpabilidad? Yendo
un poco más allá, en este caso ¿en qué consiste la justicia? ¿Se trata de un
asunto puramente procedimental o es más bien una garantía de convivencia y de
bienestar común?
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