22 de agosto de 2015

Viento

Hay en nuestro idioma una locución que creo se dice poco pero se practica mucho. Me refiero a la locución ajar la vanidad de alguien, que significa “abatir su engreimiento y soberbia.” Esta no es, como pudiera pensarse, una acción vil; tampoco una afrenta. Es, al menos desde mi punto de vista, una lección de vida, una manera de atraer al destinatario hacia el mundo, un intento de sustraerlo de la insubstancialidad existencial en la que está sumido. Esta lección le va muy bien a los arrogantes, envanecidos y presuntuosos como yo. Y sin ánimos de seguir en la misma, haciendo un guiño lejano a Qohéleth, y viendo ya mi vanidad más que ajada, acaso la vida me esté diciendo que es hora de dejar de correr tras el viento.

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