2 de octubre de 2015

Zapata

Seis meses tarde me he enterado de la muerte de Pedro León Zapata. Había alcanzado ya los 85 años, así que no creo que me censuren si digo que tuvo una vida larga. No sé mucho de su biografía y jamás lo vi en persona. A Zapata lo conocí como figura cultural, como un hito de la historia del siglo XX venezolano, condensada en sus caricaturas. Con un tino que en muy pocos he visto, Zapata podía resumir en un dibujo y unas pocas palabras, acontecimientos realmente complejos de la vida nacional. Esa virtud seguro lo mantendrá en la memoria de sus compatriotas acaso por siempre, pero también fue la responsable de que resultara antipático a los ojos del poder. Desde mi punto de vista, esa es la más digna de las antipatías, la que se logra denunciando abiertamente los desmanes de quienes deberían procurar el bienestar de la sociedad y hacerlo despertando la hilaridad del público y al mismo tiempo su consciencia. Pero, aparte de su arista pictórica y de cronista de la actualidad, Zapata cuando hablaba demostraba ser también un humorista de primera, muy fino, muy agudo. Lo recuerdo en aquellos buenos tiempos de Rueda Libre; un programa radial realmente delicioso, que realizaba hacia el mediodía junto con Orlando Urdaneta y Graterolacho. Con su muerte siento que Venezuela pierde una mirada que siempre añadió una sonrisa a la sensatez. Sí, con Zapata muere un humor sensible y perspicaz en un país que cada día es más bruto, más circunspecto y más desgraciado.

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