5 de diciembre de 2015

Algodón


Leo la prensa venezolana (la que todavía se arriesga a denunciar los desmanes del gobierno nacional), leo los mensajes que me envían por WhatsApp relativos al mismo tema, y me deprimo. No porque ese gobierno sea pésimo y los efectos deletéreos que ha producido en el país llevará tiempo y sufrimiento reparar, sino porque las personas que lo componen son venezolanos. Es decir, ahí hay gente que creció comiendo arepas, empanadas, cachitos, pabellón y hallacas; gente que ha escuchado gaitas en diciembre; gente que ha ido a Choroní o a Macuto o a Los Roques o a Margarita o a Puerto Ordaz o a Mérida; gente que ha llamado a otro “mi pana” y que ha usado incontables veces la palabra “chévere”; gente que, para bien o para mal, vio al menos un episodio de Radio Rochela o del Show de Joselo o de Sábado Sensacional; gente que ha leído El Nacional o El Universal; en fin, gente de mi país que ahora adopta la actitud del pendenciero, del que sólo quiere escucharse a sí mismo, del que no se detiene ante el ruego del Otro que prácticamente le suplica que cambie de rumbo porque lo está matando, del que cada día formula la amenaza aquella que bien resume Silvio Rodríguez “dame o te hago la guerra”, del que hace y hará todo lo que esté en sus manos para quedarse indefinidamente en el poder y desde allí no beneficiar a nadie (porque dar para garantizar un voto no es un beneficio, es un chantaje encubierto), en fin, del que se alegra porque aunque le va mal ve que su vecino está peor. Esos venezolanos, al menos para mí, son irreconocibles. Nada en mi historia personal me preparó para el surgimiento en mi país de personas así y por eso mi tristeza. Mañana serán las elecciones parlamentarias y esos venezolanos están haciendo todo lo posible para que ese proceso no se desarrolle en sana paz. Sus declaraciones son incendiarias, beligerantes, pendencieras, y se les hace fácil el vilipendio y la descalificación de sus adversarios políticos. Noticias y rumores de trampas ideadas por el gobierno nacional y por quienes lo siguen pululan por las redes sociales. Mi tristeza quiere creer que no son ciertas, pero esa misma tristeza y, sobre todo, los hechos, es decir, la terrible crisis actual del país, me persuaden de lo contrario. Ojalá todo salga bien. Ojalá los que han causado tanto daño admitan no que perdieron unas elecciones, sino que ya es hora de hacer algo para que los venezolanos vivan tranquilos y seguros, sin tanta riña ni tanto afán de defender una ideología que es como el algodón de azúcar: fuera de la boca tiene mucho volumen pero cuando lo pruebas inmediatamente desaparece.

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