20 de julio de 2016

Capital


Hay memes de memes. Hace poco leí uno que decía esto: Cuando compras en un pequeño comercio, no estás ayudando a que un CEO se compre su tercer apartamento en la playa. Ayudas a una niña a pagar sus clases de baile, a un niño a comprar su camiseta de fútbol, y a papá y mamá a traer comida a la mesa. La persona que lo publicó la tengo en muy alta estima y, hasta donde la conozco, es una luchadora social con cierta claridad de conciencia. No obstante, mucho me temo que al publicar este meme y, en consecuencia transitiva, al estar de acuerdo con lo que dice, ha pasado por alto el contenido burgués del mensaje. Aclaro que no digo burgués de manera peyorativa, sino como un rasgo de clase. ¿Por qué habría de colaborar alguien para que un tendero lleve a su hija a clases de baile o le compre a su hijo una playera del Barcelona Fútbol Club? ¿A qué valores de clase responden esas finalidades? ¿Cuántos clientes de un pequeño comercio pueden hacer algo así por sus propios hijos? Y si quieren hacerlo, ¿el señor o señora dueños de ese comercio colaborarían con ella? Por otro lado, el meme también olvida cuál es el origen de la lógica capitalista. El pequeño comerciante no es bueno en sí mismo porque haya grandes comerciantes malos en sí mismos. El pequeño comerciante es ya un capitalista y, a su escala, siempre saca una ganancia de los productos que vende y parte de esa ganancia, también a su escala, la acumula como cualquier capitalista. Además, si los clientes dejan de comprar a los grandes capitalistas, forzosamente deben comprarle al pequeño comerciante. Si el pequeño comerciante tiene una clientela cautiva (en el sentido que a él y sólo a él le compra), entonces sus ganancias aumentarán significativamente y el excedente a acumular será mayor. Por tanto, se convertirá en un gran comerciante al cual no tendremos que comprarle para favorecer a otro pequeño comerciante y vuelta a empezar. Aclaro nuevamente que no se trata de no comprar, sino de tener presente cuál es el proceso que se está favoreciendo. Rápidamente, cuento una anécdota de mi infancia. El barrio donde crecí era un barrio pobre. Quedaba en los márgenes de la ciudad, así que la mayoría de las personas hacían su vida ahí sin sentir necesidad de salir. Sólo lo hacían para ir al trabajo. El barrio tenía una sola tienda que vendía, básicamente, alimentos y, en general, productos de primera necesidad. Yo de vez en cuando jugaba con el hijo del tendero, a quien todos despreciaban. El desprecio se basaba en que en un contexto de grandes carencias, el tendero y su familia parecían tenerlo todo. No eran ricos, pero era evidente que las ganancias de la tienda les permitía tener más que cualquiera de nosotros. El hijo, por ejemplo, tenía una bicicleta en un lugar donde tener una formaba parte de un sueño inalcanzable. Mientras yo jugaba con unos trozos de madera con cuatro clavos que en mi imaginación era un cochecito, el hijo del tendero tenía coches a escala con los que me fascinaba jugar cuando estábamos juntos. Él parecía no entender mi admiración por aquellos objetos porque para él era natural tenerlos. En fin, la anécdota viene al caso porque sus juguetes, como las clases de baile o la playera del Barça del meme, provenían del trabajo de mi papá y de todos los que por única opción teníamos la tienda de su papá. El mío trabaja de noche y yo solo lo veía cuando llegaba a casa y mientras dormía, recuperándose para su próxima jornada. Pero siempre llegaba con algo que le compraba a nuestro tendero y que eventualmente se convertiría en lo que a mí no me podía comprar. No sé si mi padre hacía una diferencia o luchaba contra un remoto, ignoto y perverso CEO al comprarle al tendero del barrio, sí sé que queriendo o sin querer colaboraba con la vida burguesa de ese tendero y de los suyos.

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