Debido a los azares del zapping me topé con un programa
estupendo llamado «Alaska & Mario», emitido por Mtv de España. El estilo es
un poco como el de «Gene Simmons:
Family Jewels» pero a lo «EdTV». Está protagonizado no por una
familia, como en el caso de Simmons, ni por un hombre, como en el caso de Eddie
Pekurny, sino por una señora, su joven marido y algunos de sus mejores amigos.
El quid del programa no es otro que mostrar la vida retozada de Alaska,
cantante de música pop que viste como la madre apócrifa de Eduardo Manos de
Tijeras, y su esposo, un sujeto oblongo que me recuerda a Victor Van Dort, el
tembloroso protagonista de «El cadáver de la novia», pero en una versión más
bien histérica e hilarante, rasgos que juntos hacen que Mario sea, desde mi punto de vista, un personaje entrañable y sin duda insuperable. Esto último, insisto, al menos para mí, es lo que sostiene el programa: Mario es una de las personas
más divertidas que he visto en la tele desde que tengo memoria. Bueno, para no
ser injusto, Carlos Villagrán y Colin Mochrie no se quedan atrás, pero de ellos
hablaré otro día. Mario es capaz de mantenernos atentos a una cadena de acontecimientos
aparentemente superfluos o con poco o ningún sentido sólo por el gusto de ver
cómo se divierte, cómo suelta a cada rato una carcajada y pone patas arriba la
idea del ridículo. Aunque suene un poco demodé, Mario da la sensación de ser
como es. Esta especie de tautología de la identidad nos conmina a admitir que
Mario es una persona muy original, es decir, que nadie es como él. Y en un
mundo como el nuestro, donde todo tiende a la imitación y a la iteración, ese
resultado es un valor que no se puede pasar por alto. Claro, la primera seducida
por el encanto de Mario es Alaska. En el programa, y perdonen la cursilería,
esa pareja se ama intensamente. A cada momento hay muestras de amor. Acaso por
eso la alegría se les da de una manera tan espontánea. En fin, un día de estos
que se sientan plurales e inclusivos vean un episodio de este delicioso programa;
puede que sufran una decepción pero tengo la certidumbre de que ocurrirá todo
lo contrario. Allí encontrarán al verdadero Súper-Mario.
30 de junio de 2012
18 de junio de 2012
Confianza
¿Cómo puedes saber si alguien en quien
confías es sincero? ¿Debe la confianza estar por encima de la sinceridad? Si
uno confía ciegamente en el Otro, la sinceridad de este último es una
obligación moral; un imperativo. Si esa confianza no existe o no es del todo
ciega, entonces el Otro no está obligado a ser sincero. Imagino que así
funcionan las cosas, aunque me gustaría que siempre ocurriera lo primero. Claro, puede suceder que a la confianza ciega no se responda con una sinceridad absoluta. En esos casos uno está autorizado (digo, moralmente autorizado) a revocar la confianza y mostrarse abiertamente suspicaz.
11 de junio de 2012
Vida
«La tarea de la vida —decía Gilles Deleuze— consiste en hacer
coexistir todas las repeticiones en un espacio donde se distribuye la
diferencia.»
3 de junio de 2012
Callar
«…para callar bien, no basta con cerrar la boca y no hablar; no habría en eso ninguna diferencia entre el hombre y los animales; éstos son mudos por naturaleza; hay que saber gobernar la lengua, reconocer los momentos en que conviene contenerla, o darle una libertad moderada; seguir las reglas que la prudencia prescribe en esta materia; distinguir en los acontecimientos de la vida las ocasiones en que el silencio debe ser inviolable; ser de una firmeza inflexible cuando se trata de observar, sin equivocarse, todo lo que se considera conveniente para callar bien; y todo esto supone reflexiones, luces y conocimiento.» (p. 48) {Abate Dinouart (2007). El arte de callar (7 ed.). Madrid: Siruela. [Publicado por primera vez en 1771]}
Tarde
Hay noticias de las que prefiero enterarme tarde ya. Así, me llegan con el manto protector de lo que fue como fue y que nadie puede cambiar; a lo sumo algún osado puede redefinirlas, pero cambiarlas jamás. Hoy, por ejemplo, supe que Yasunari Kawabata decidió suicidarse en la primavera de 1972, cuando apenas acababa de estrenarse en el mundo como septuagenario y habiendo recibido en 1968 el premio Nobel de Literatura. Mucho antes, en 1924, escribió un relato breve llamado “La frágil vasija”. Acabo de leerlo y, aparte de nostálgico, me resultó particularmente bonito. Quiero rescatar de ese relato una frase que no le pertenece, es decir, que Kawabata extrajo de la Biblia: “Honra a la mujer tanto como a la más frágil vasija.” Sé que la Primera Epístola de San Pedro es un documento que aconseja de una manera más que cuestionable la sumisión de la mujer, pero esa frase, justo donde la usó Kawabata, es perfecta, porque se refiere al amor que es como dejar caer esa frágil vasija sin permitir que se rompa, sin que dé en el suelo y sin detener su caída. No comprendo cómo alguien que ha logrado usar esas palabras puede llegar a quitarse la vida, pero así fue.
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