16 de agosto de 2013

20 pesos

En la entrada anterior adelanté que luego hablaría de un acontecimiento triste que pertenecía a la esfera de las cosas que se pueden evitar. Ayer, 15 de agosto, a eso de las 9 de la noche, cuando me disponía a subir al coche luego de comprar un par de garrafones de agua, se acercó un hombre de unos 30 años de edad, bajo de estatura, vestido de manera más bien descuidada y con ropa visiblemente sucia. Su rostro, cubierto por una barba rasa y con una cicatriz reciente en el labio superior, mostraba claros signos de cansancio o de consumo igualmente reciente de algún estupefaciente. Se acercó a tal punto que entre su cuerpo y el mío sólo había unos cuantos centímetros de distancia, y con una voz gutural, sin alzar el tono más de la cuenta y usando expresiones que a duras penas pude entender, me pidió que le diera todo el dinero que llevaba conmigo. Yo, por costumbre y por situación económica, ando siempre sin dinero o, mejor dicho, nunca tengo una cantidad que pudiera satisfacer las expectativas de un asaltante. Sólo tenía un billete de 20 pesos y unas cuantas monedas sueltas. Esta exigüidad enojó al hombre y me dijo que allí mismo podía hacerme cualquier cosa y que le diera más. Yo insistía con la verdad mientras mi cabeza daba vueltas buscando cómo librarme del forajido. Conjeturé que su cercanía se debía a que guardaba en alguno de sus bolsillos un arma para hacerme daño si yo oponía resistencia. Así que mi cabeza no contemplaba esa posibilidad. Me puse tercamente tautológico, es decir, le repetía que no tenía dinero porque en efecto no tenía dinero. El hombre me advertía que se le estaba agotando la paciencia, pero, afortundamente, antes de que eso sucediera llegaron dos policías. Debo confesar que aquella aparición me resultó providencial. Como diría mi mamá “me volvió el alma al cuerpo”. Curiosamente, el hombre a pesar de los agentes no se apartaba de mí. Así que el alma nuevamente me abandonó. Los policías lo apartaron, y me preguntaron si sucedía algo malo. Yo, al ver que el forajido no me quitaba los ojos de encima y le mandaba saludos a mis dos hijos y a mi esposa (luego supe por qué), tomé la decisión de huir y de no cerrar el proceso. Uno de los policía me preguntó si quería proceder, es decir, si quería denunciar al sujeto, pero no me atreví con él mirándome. Este mundo es muy chico y la justicia deja que circule mucho malhechor incluso luego de ser sorprendido en flagrante delito y podíamos cruzarnos otra vez y tal vez no saliera yo bien librado del reencuentro. Me subí al coche, le di las gracias al policía y al comenzar a rodar de pronto no sabía hacia dónde quedaba el camino de vuelta a casa. Pasé de largo varias calles. Me detuve. Respiré por un minuto y recuperé el rumbo. Hoy pienso que todo ese oscuro episodio puede que se deba a unas condiciones generales de inseguridad y factores psicosociales complejos, pero el asaltante, ese hombre fue quien hizo todo. Y aunque cueste creerlo no le guardo rencor. Todo lo contrario deseo que le lleven a un lugar donde todo el mundo le quiera y le den tanto afecto que no pueda sino reconciliarse con la existencia y una vez que alcance ese estado, escriba una lista como la de Earl y vaya por el mundo intentando resarcir todo el mal que una vez produjo. A mí, por ejemplo, que me regrese mis 20 pesos y el sosiego que momentos antes de su aparición yo tenía.

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