Puesto
que me dedico a la docencia, siempre debo pasar por el trance de calificar el
desempeño de los estudiantes que han cursado alguna asignatura a mi cargo. En
los años que llevo ejerciendo ese rol, que no son pocos (aunque tampoco son
muchos), raras veces el resultado ha sido satisfactorio. Los estudiantes, habitualmente,
consideran que deben tener un puntaje superior al que les asigno y yo, también habitualmente,
asigno un puntaje superior al que en realidad los estudiantes se merecen.
Claro, lo que yo considero ‘mas’ para ellos siempre es ‘menos’. En la
Universidad donde ahora casi trabajo se usa una escala del 5 al 10 para
calificar a los estudiantes. La mínima aprobatoria es 6 y, en el caso de
algunos postgrados, es 7. Por regla general, los estudiantes que obtienen 8
sienten que han fracasado, los que obtienen 9 se disgustan porque no obtuvieron
el 10 y los que obtienen 10 quieren saber si su trabajo es mejor que el de
otros que también obtuvieron 10. En todos los casos, casi nadie está satisfecho
y casi todos asumen la calificación como la aporía del zapato apretado, i.e., a
quien le aprieta el zapato piensa que a quien no le aprieta es feliz, entonces
en lugar de buscar la felicidad quiere un zapato que no le apriete. Yo, siguiendo un poco la misma lógica, cada semestre a la hora de evaluar me siento como un zapatero.
26 de noviembre de 2013
24 de noviembre de 2013
Grinch
Ser un grinch no
sólo es una condición asociada con la navidad, tal como contó el Dr. Seuss allá
por 1957. Hay el grinch de la vida
cotidiana, es decir, la persona mal
intencionada, mezquina y, en general, bastante desagradable a quien todo
le parece mal y que nunca concuerda con el gusto del Otro. Este grinch
sólo está de acuerdo consigo mismo y considera que su criterio es la mejor
opción posible para sí y, también, para los demás. Si alguien opta por algo diferente,
entonces el grinch elabora y espeta
una diatriba deletérea contra el disidente, de modo tal que quede abatido y que
los demás lo vean como una entidad indigna de existencia. Este grinch ejerce sin miramiento una suerte
de fascismo del gusto disfrazado de razón suficiente y casi todos sus consejos
o pareceres se convierten en lo que Pierre Rosenstiehl y Jean Petitot llamaban “teoremas
de dictadura”. Por ejemplo, uno de los aspectos que más odia el grinch es el lugar común, ya que tiende
a creer que es una persona distinguida, muy cercana a la excelsitud. Rechaza lo
corriente y prefiere ir a
contra-corriente. La palabra “popular” le da grima. Dicho brevemente, el grinch aspira a la originalidad y en cualquier momento está
dispuesto a mostrar cuán ingenioso es, porque está convencido de que el ingenio
lo sustrae tanto del populacho como de los ricachones. De hecho, el grinch no confiesa su pertenencia a lo
que antes se conocía como pequeña
burguesía, pero constantemente trata de diferenciarse de los ricos y de los
pobres por la vía de un discurso que es fenotípicamente de izquierda pero genotípicamente
reaccionario. En fin, este tipo de grinch
no me enoja sino que me entristece porque, aún rodeado de personas, su destino
es la soledad.
Sonrisa
Hay una publicación de circulación gratuita, editada por
la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, que se llama Leer en bicicleta. Ignoro a qué se debe ese nombre, pero no me
gusta; digo, el nombre no el producto. Lo que sí suele interesarme es su
contenido que, dicho de una vez, adopta la forma de una especie de antología.
Los editores seleccionan fragmentos de diversos libros y los publican así sin
más. Al pie de cada fragmento sugieren al lector seguir leyendo consultando la
obra original. Pues bien, allí, en Leer
en bicicleta, esta mañana leí un texto estupendo, sensible y en cierto modo
acomodaticio, escrito por el mexicano Amado Nervo y que decidieron llamar “Brevedad”.
Mientras lo leía, me detuve en la frase que cito continuación: “Los espíritus también
saben sonreír, y aun añadiría que es una de sus más delicadas prerrogativas.”
Más allá o más acá del contexto, cada vez que leo esas palabras (ya van varias
veces) me hacen pensar en algo diferente; no se agotan en el presente de se
enunciación, sino que siempre me llevan a otra
parte. Por ejemplo, el término “prerrogativa” nunca me ha gustado. Me hace
pensar en la política mal llevada, en el tráfico de influencias, en las
asimetrías de la ley, en la verticalidad de las clases, en el favoritismo en
general, etc., pero allí, en la frase de Nervo, me resulta perfectamente
llevadera, incluso poética. Creo que ese efecto lo logra el término vecino “delicadas”
y el sentido que los une y que resumo en la expresión alma risueña. Hacía ya rato que no me topaba con palabras
estéticamente estimulantes y ahora que algunas de mis fibras nerviosas no se
comportan como es debido, este señor Nervo en cierto modo me ha animado. Hoy
quiero que mi espíritu sonría.
2 de noviembre de 2013
Des-aprendizaje
Hace tiempo ya, tuve un par de amigas que estudiaban el dolor. Si mal no recuerdo, su tesis principal era esta: el dolor es aprendido. Ignoro en qué se basaban para sostener esa tesis, pero sé que dedicaban un tiempo considerable a darle un soporte científico plausible. Hoy me pregunto ¿de dónde habré aprendido este terrible dolor de espalda? ¿Cuál será la mejor estrategia para desaprenderlo? La necesito con urgencia.
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