26 de noviembre de 2013

Zapatero

Puesto que me dedico a la docencia, siempre debo pasar por el trance de calificar el desempeño de los estudiantes que han cursado alguna asignatura a mi cargo. En los años que llevo ejerciendo ese rol, que no son pocos (aunque tampoco son muchos), raras veces el resultado ha sido satisfactorio. Los estudiantes, habitualmente, consideran que deben tener un puntaje superior al que les asigno y yo, también habitualmente, asigno un puntaje superior al que en realidad los estudiantes se merecen. Claro, lo que yo considero ‘mas’ para ellos siempre es ‘menos’. En la Universidad donde ahora casi trabajo se usa una escala del 5 al 10 para calificar a los estudiantes. La mínima aprobatoria es 6 y, en el caso de algunos postgrados, es 7. Por regla general, los estudiantes que obtienen 8 sienten que han fracasado, los que obtienen 9 se disgustan porque no obtuvieron el 10 y los que obtienen 10 quieren saber si su trabajo es mejor que el de otros que también obtuvieron 10. En todos los casos, casi nadie está satisfecho y casi todos asumen la calificación como la aporía del zapato apretado, i.e., a quien le aprieta el zapato piensa que a quien no le aprieta es feliz, entonces en lugar de buscar la felicidad quiere un zapato que no le apriete. Yo, siguiendo un poco la misma lógica, cada semestre a la hora de evaluar me siento como un zapatero.

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