Con más frecuencia que la deseada, llega un anuncio a mi navegador de internet cuya presentación es esta: «Descubre cuándo morirás.» La primera vez que llegó, sentí una especie de sobresalto; la segunda, una curiosidad que nunca satisfice. Ahora, cada vez que llega, siento más bien disgusto porque, en primer lugar, no quiero saber cuándo moriré; en segundo, porque me parece de mal gusto estar anunciando algo así. Seguramente, quien ofrece el servicio antes de hacerlo llevó a cabo una investigación de mercado o algo parecido, y concluyó que hay personas que sí quieren saber cuándo morirán. Suponiendo que eso haya sido así, ¿cómo es alguien que quiere saber eso? y, una vez que logra saberlo (asumiendo que pueda determinarse con exactitud el momento fatal), ¿cómo vive cada día sabiendo que en tal o cual fecha morirá? Se me ocurren cuatro posibilidades: 1) Trata de disfrutar al máximo; 2) Asume una filosofía New Age; 3) Comienza a creer en la vida después de la vida; 4) Se arrepiente cada día de haber pedido esa información y todas las experiencias presentes le resultan amargas porque sabe que no podrán repetirse. Ninguna de las cuatro (aunque seguramente a las seguidoras de este blog —si todavía queda alguna— se les ocurrirán otras) me resulta ni atractiva ni llevadera. En mi caso, prefiero la ignorancia y bajar por el río de la vida como bajan las semillas del mangle.
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