23 de enero de 2016

Paradoja


A veces, la opinión pública, acaso para resolver su disonancia cognitiva, está convencida de una modalidad de las teorías de la conspiración que implica creer ciegamente que sus gobernantes son extremadamente perspicaces y, al mismo tiempo, extremadamente tontos. Me explico, cuando un sector de la población de un país cualquiera no está contento con las acciones del gobierno nacional, todo lo que ese gobierno hace le parece un desatino. Por ejemplo, piensa que el presidente de esa república no tiene las competencias suficientes para gobernar y, como he dicho, todas o casi todas sus medidas y programas los califica como desaciertos, como actos que no apuntan a la solución óptima y definitiva a los problemas fundamentales de la nación. Digamos que dos de los problemas de ese hipotético país son el narcotráfico y la violencia colateral que esta actividad genera. Si el aparato de seguridad del estado apresa a un narcotraficante, el sector de marras no se alegra; más bien, se enoja y arguye que no se trata de una demostración de eficiencia, sino de una señal de que ha sido puesta en marcha una conspiración. Específicamente, que el gobierno quiere distraer a los ciudadanos para que no se den cuenta que en otra esfera de sus funciones no están haciendo bien las cosas, o que están haciendo una cosa que perjudicará terriblemente a esos ciudadanos. Aun cuando la posición de ese sector los lleva a deducir, sin mucha lógica, resultados cuestionables, habría que preguntarse lo siguiente: ¿Es posible que un gobierno que tildan de torpe ponga en marcha un plan tan sutil? ¿Es posible que el plan sutil sea en realidad una torpeza e inmediatamente pueda ser descubierto? A mí me parece que no. No se puede ser tonto y perspicaz al mismo tiempo; al menos no en la misma esfera. Digo, uno puede ser muy listo para establecer relaciones pero muy tonto para realizar negocios; lo que no puede es ser tonto y listo para establecer relaciones o tonto y listo para realizar negocios. Este tipo de paradoja, como la del gato aquel que está vivo y muerto al mismo tiempo, nada resuelve. En todo caso, se convierte en una distracción no creada por el gobierno, sino por las personas que piensan que se trata de una distracción, es decir, se distraen creyendo que es una distracción. La captura del narcotraficante es un hecho concreto, y difícilmente la persona de a pie puede llegar a saber con toda certeza si los motivos y finalidades de sus captores tenían que ver con el cumplimiento de su deber o con la formación de una cortina de humo psicopolítica. Pedir que se resuelvan los problemas urgentes no implica que se tenga que despreciar la solución de un problema aparentemente no tan urgente. Estar ante una cortina de humo y decir tautológicamente “estamos ante una cortina de humo y no podemos ver nada o todo lo que vemos está borroso debido a la cortina de humo”, es otra manera de repetir el ya manido discurso de la izquierda divina: todo es falsa consciencia producida por las personas menos listas del mundo que, paradójicamente, siempre nos gobiernan.

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