4 de febrero de 2016

Exageraciones

Acabo de leer la siguiente frase: «Ciudad Tiuna. Fruto de la cooperación binacional China - Venezuela y de la unión cívico-militar, ejemplos vivos del legado del comandante eterno Hugo Chávez Frías, que continúa el primer presidente chavista Nicolás Maduro Moros. Muestra concreta de los logros de la gran misión vivienda Venezuela para satisfacer las necesidades de las familias venezolanas. ¡¡¡Chávez vive - la patria sigue !!!» Confieso que me ha puesto los pelos de punta, pero antes de decir por qué (aunque los seguidores de este blog tal vez no necesiten muchas explicaciones al respecto), diré brevemente qué es eso de “Ciudad Tiuna”: un conjunto residencial que ideó Chávez y que ya lleva varios años construyéndose en una zona militar de Caracas llamada Fuerte Tiuna. La idea del proyecto es dar una vivienda a las familias que no la tienen y, al mismo tiempo, fortalecer las relaciones entre la milicia y la sociedad civil. Esta idea, al menos desde mi punto de vista, no es descabellada, pero su tino está por verse. Militares y civiles, antes de Chávez, tenían una cercanía que estaba regulada por la ley. Debido a las funciones particulares de los primeros (manejar armas, defender el territorio, etc.) se consideraba necesario marcar una distancia prudencial entre ambos grupos sociales. Chávez, militar de formación y radicalmente frustrado por la imposibilidad de ascender en la cadena de mando, intentó romper o, si se prefiere, reducir esa distancia convirtiendo al estamento castrense en una fuerza política más, es decir, en una especie de híbrido altamente peligroso: autorizado para usar armas y, al mismo tiempo, para realizar actividades civiles (entre ellas, votar). No digo que esto no deba hacerse, pero si se hace hay que tener presente que se institucionaliza un cuarto poder que tiene en sus manos más de la cuenta o, en todo caso, que puede controlar a los otros tres. De este asunto hablaré en una próxima entrada, ahora diré las razones por las que el texto que cité al comienzo me pone los pelos de punta. En primer lugar, su mesianismo trasnochado. No sé cómo asimilar que alguien se atreva a llamar a una persona “comandante eterno”. No me sirve el conocimiento psicosocial para explicarlo. Es decir, me parece que las explicaciones son insuficientes. No obstante, esa insuficiencia de sentido me produce una sensación negativa, me hace pensar en la sumisión naturalizada, en personas que no tienen la dignidad suficiente para considerar que el Otro no tiene que comandarlos para siempre, sino que es un igual, un colaborador y que esa colaboración es gradual y finita. En segundo lugar, la hipérbole superflua: decir que el legado de un presidente sea unas casas, es una exageración innecesaria. La función de un presidente o, mejor dicho, de un gobierno es satisfacer las necesidades de la población. Si las personas no tienen dónde vivir, debe entonces construir casas. Hacerlo no es una gran obra, sino una obra necesaria propia de un gobierno. En tercer lugar, esa obra en modo alguno fue llevada a cabo por ese comandante eterno. Él seguramente autorizó su construcción y solicitó el dinero (que era y es de todos los venezolanos), pero nada más. Trabajaron muchas personas a quienes un gobierno que se hace llamar socialista debió dar reconocimiento. En esa placa deberían figurar sus nombres, no solamente el de Chávez y el de su triste y desatinado epígono. La lista de mis desconciertos podría extenderse más de la cuenta, así que lo dejaré hasta aquí no sin antes reiterar que esa placa es un ejemplo vivo no de las maravillas que el comandante eterno realizó en vida, sino de cuán desviada de la sindéresis está la auto-percepción de ese extraño y delirante gobierno.

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