20 de noviembre de 2011

Gaviota

No me gustan las gaviotas. De hecho, recuerdo con cierto disgusto el librillo aquel que se llamaba «Juan Salvador». Aun cuando mi entendimiento ya había asumido que en el campo de la ficción era común la fauna parlante y humanizada, aquella gaviota reflexiva, inconforme y en cierto modo perfeccionista me resultaba inverosímil y antipática. Pero lo que más me disgusta de estos animales es su voracidad. Son como hienas aladas o, si se quiere, como buitres marinos. Van por la costa, especialmente la poblada por humanos, y toman la comida viva que se les atraviesa (palomas, cangrejos, etc.) o recogen la basura que les parezca apetecible. Si la comida es poca, las gaviotas ejercen la rebatiña. Incluso son capaces de arrebatarle el bocado tanto a una compañera de especie como a cualquier otro animal marino que haya obtenido alimento por sus propios medios. Pudiera decirse que, en ciertas regiones, son el azote de los pelícanos. Éstos en pleno vuelo distinguen a su víctima, se zambullen y la atrapan y cuando salen del agua ahí está una gaviota para robarle la presa. Nunca la consideraría como símbolo de nada, aunque sé de gentes que han hecho de la gaviota su animal distintivo. Algo tendrán en común ¿no?

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