5 de noviembre de 2011

El voto

Es fácil hablar de lo que carece de sentido. Hacerlo es como encadenar condicionales contrafácticos que, como ya se sabe, todos son verdaderos porque sus premisas son falsas; bueno, al menos eso es lo que decía Umberto Eco. Así, quien habla del absurdo tiende a creer que está del lado de la verdad. Por ejemplo, en tiempos de campaña electoral, los candidatos de oposición tienden a usar esta fórmula: «Si yo fuera presidente, la crisis no existiría. Voten por mí.» La petición es la que sella el absurdo, pues esa condición no podrá realizarse por la vía del voto; es decir, la elección no puede satisfacer el enunciado porque las condiciones que éste exige son las que tuvieron que haber sido, pero no fueron. Esto significa que éstas no serán las que serán, y el que vota no lo hará por lo que es, sino por lo que pudo haber sido y no fue. Al final, en el mejor de los casos, el voto solamente servirá para que los desencantados alimenten vanamente sus esperanzas, no para que la crisis desaparezca con el nuevo presidente. 

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