6 de junio de 2013

Perfumados

La Cultura Occidental considera que el libro, así en general, es un buen objeto. Es deseable tener libros y, sobre todo, leerlos, porque se supone que esa actividad le hace bien al lector o lo convierte en un hombre o mujer de bien. Claro, este desideratum no siempre se cumple. Hay libros que han traído grandes males a sus lectores (y también a los que no leen), así como hay muchos lectores que en modo alguno pueden considerarse «buenas personas». Sea en un caso o el otro, el libro o los libros tienen un lugar privilegiado en la esfera de los valores occidentales y el contacto con ellos no se desaconseja sino que se promueve. Esto es particularmente así en el ámbito educativo. La escuela es subsidiaria del libro. El mundo escolar asume el libro como un depositario y transmisor del saber. Es un objeto del cual el estudiante aprende cosas que le sirven para desenvolverse en la vida y, también, es un objeto al cual se remite el maestro para refrendar su conocimiento. Por lo general, las instituciones educativas tienen un espacio reservado para almacenar libros llamado biblioteca. Siguiendo un ordenamiento más o menos riguroso, la biblioteca guarda los libros de modo tal que cualquier lector pueda acceder a ellos. Curiosamente, y al menos por estos parajes de aguacatales y nopaledas las bibliotecas suelen estar más cerca del vacío de usuarios que del abarrotamiento. En ellas los libros interactúan más con el polvo que con la mirada ávida de un lector impenitente o del hojeo negligente de los estudiantes a quienes han obligado a consultarlos. Igual, no importa lo que suceda entre el alumno y el libro creo que nada supera lo que recientemente me contaba una estudiante. Un poco desalentado por el desempeño de mi curso, le preguntaba a esta muchacha cuántas veces en un semestre visitaba la biblioteca. Y me contestó algo insólito: «Nunca, porque no soporto el olor de los libros.» Sentí un golpe fuerte y fulminante, en una región inespecífica de mi cuerpo que se me ocurre llamar biblio-sentido. Al volver en mí, pensé: No hay cultura que pueda nada contra esta heredera negativa de Jean Baptiste Grenouille y, por si acaso, los docentes debemos comenzar a recomendar bibliografía perfumada.

2 comentarios:

  1. Tampoco resultó. Digo, como sé que la biblioteca es una especie de tabú, intento que la bibliografía de mis cursos esté en formato digital y el resultado es el mismo: los estudiantes no leen. Y ahora que lo pienso, no leen los libros, porque tú y yo sabemos que si pusiéramos en páginas "reales" lo que una persona promedio lee a diario en las redes sociales, pudieran llenarse miles de bibliotecas con miles de libros malolientes.

    ResponderEliminar