8 de abril de 2014

Simple

No sé si la calle me sensibiliza o si ya estoy sensible cuando callejeo. Sea una cosa o la otra, lo cierto es que fácilmente cedo ante la acción semiótica (los signos) y patética (los afectos) de los agentes callejeros. Cerca de mi casa, justo en la esquina, hay un quiosco. Por las mañanas venden periódicos y el resto del día ofrecen revistas que  pienso que nadie compra. Sin embargo, el quiosco permanece abierto hasta ya entrada la noche. El otro día, pasaba por allí de regreso a casa y fui testigo de un evento singular. Una señora cantaba acompañada por un señor que tocaba la guitarra. Al aguzar mis sentidos, me pude percatar de lo que sucedía: celebraban un cumpleaños. Esas tres personas (la cantante, el guitarrista y la cumpleañera, es decir, la señora que atiende el quiosco) estaban de fiesta. De hecho, la señora que atendía el negocio usaba uno de esos pequeños capirotes de cartón habituales en las fiestas infantiles. Debo confesar que aquella escena me conmovió y me hizo pensar en lo simple que puede ser la vida a la hora de compartir la alegría de haber nacido.

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