24 de diciembre de 2014

Pipa

Vivo en el centro de la ciudad. Aquí, según me cuentan y por lo que ya he experimentado, es tradición que el agua potable no sea distribuida constantemente. La solución es tener tanques para almacenarla. Sin embargo, a pesar de esos tanques y de los intentos infructuosos de usarla con criterio de escasez, el agua se acaba. Entonces hay que pedir los servicios de una de las personas menos confiables del universo: El Hombre de la Pipa. Es decir, la persona que posee un camión cisterna y cobra por llenar los tanques a domicilio. El Hombre de la Pipa, cuando le llamas, siempre responde, pero no siempre llega. Es un super-héroe inconsecuente: nunca te dice ‘no’, pero su ‘sí’ nunca es de fiar. Ayer, por ejemplo, le llamé para solicitar una pipa y me dijo “Hoy en la noche no puedo, pero mañana antes de las 7 a.m. estoy allí”. Pues bien, estuve esperándolo desde las 6, son casi las 8 y aún no llega. Lo llamé y me ofreció una explicación que se desvía significativamente del compromiso adquirido conmigo: “Tuve que ir a otras dos casas y ya no pude llegar, si quiere paso a las 2 de la tarde.” Anoche mismo, yo, dudando de su palabra le pregunté “¿Seguro pasa?” y me respondió: “Claro que sí. No quiero quedarle mal.” Este es el tipo de actitud que me deja sin palabras y que me hacen desconfiar de la humanidad. Incluso, pienso que El Hombre de la Pipa es una especie de arquetipo del cual provienen casi todos los políticos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario