18 de diciembre de 2014

Reflexión

A veces me siento con ganas de hacer una que otra reflexión teológica, no porque sepa mucho de Dios, sino por aquello que decía Borges: Cualquier hombre inteligente puede ser un teólogo y para eso no hace falta la fe. Seguro que no pocos objetarán que eso de considerar desde mí mismo y a priori que soy un hombre inteligente es una falta de todo, pero en mi descargo diré que al menos soy haplofrénico, es decir, que tengo una inteligencia simple, así que puedo por un instante jugar el papel de teólogo simple. Hecho este preámbulo, va mi reflexión, seguida de otras que no son tan chéveres como la primera: Dios no es un operador, sino un punto de referencia para los que operan. Sé que este tipo de epigramas puede resultar molesto para algunos creyentes, pero aquellos que se molestan ¿pueden probar lo contrario? Sé también que la cuestión de Dios o, mejor dicho, su existencia no se mide en términos de operaciones, es decir, qué realiza y qué no. Se mide o determina a partir de la fe y de la esperanza. El que se molesta cree que Dios existe y espera que Dios opere. Probar su existencia o el modo como hace o deja de hacer cosas, no es relevante. Dicho de otra manera, lo que realmente importa, en el caso de los que se molestan, es que Dios puede llegar a hacer algo, no que en efecto haga algo. Sin embargo, en el caso de mi reflexión teológica de poca monta, lo que importa es el hecho, todavía por comprobar, de que Dios está en el comienzo del acto; no en el acto mismo. Y está ahí para que el operador inicie o complete su acción por la vía de la comparación con un modelo ideal. En este sentido, Dios es más afín a una idea que a un acto. Dios tiene forma de entendimiento con arreglo a un acto, no de realizador en sí.

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