2 de julio de 2015

Ornette

Enredado como he estado en la maraña de los sinsabores de la vida cotidiana, no me enteré de la muerte de Ornette Coleman. Ocurrió el 11 de junio de 2015, hace exactamente 17 días. Coleman tenía 85 años cuando su corazón ya no pudo seguir latiendo. Sin duda, un acontecimiento lamentable, aunque, al menos desde mi punto de vista, lo importante (asaz importante) fue su obra. Lo que Coleman legó a los músicos y a los melómanos no fue poca cosa. Mal quedaría yo si intentara hacer el florilegio de su herencia musical. Eso ya lo han hecho otros con innegable tino. Solamente quiero añadir un par de cosas. Cuando comencé a escuchar jazz, “Kind of blue” produjo en mí una especie de marca que se resume en la expresión “Así es como debe sonar el jazz”, pero más tarde, cuando escuché “The shape of jazz to come” esa expresión hizo un bucle parecido al que hace la Cinta de Möbius. Muchos años después, residiendo en Barcelona, quiso la vida y mis finanzas que asistiera a un concierto que Coleman dio en el Palau de la Música Catalana; específicamente, el 7 de noviembre de 2007. Fui solo y como no tenía a quien contar mi experiencia, caminé lentamente por la noche barceloní hacia la Plaza Urquinaona y de allí a la Plaza Cataluña y de allí a la Plaza Universidad y de allí seguí por la Gran Vía hasta la calle Casanova, donde vivía. Cuando llegué a la puerta de mi casa, no entré. Seguí de largo y fui al bar donde solía ir. Pedí la Carlsberg de siempre y sin decir nada a nadie bebí a la salud de ese hombre tan raro, tan libre, tan lúcido y, al mismo tiempo, tan loco. Paz a sus restos y que Dios le reserve un concierto en el Birdland Celestial.

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