21 de febrero de 2016

Brooklyn


Anoche vi una película con un nombre simple pero con un contenido intenso: Brooklyn de John Crowley. Ha recibido buenos comentarios y muchas nominaciones para ganar premios tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. No sé si es para tanto. Es una historia de amor en el marco de la migración durante los primeros años de la década de 1950. En ese sentido, carece de originalidad. No obstante, ser original no creo que haya sido la meta de los guionistas, o del autor del libro que sirvió de base para la película. Creo que el quid de esta historia es lo que rápidamente llamaré “la experiencia vital”. La protagonista, una joven irlandesa que migra sola a New York, muestra con una intensidad sin aspaviento las peripecias afectivas producidas por su adaptación al nuevo contexto y por la manera como gestiona los imperativos de su nostalgia. Al final, triunfa el amor (cosa que tampoco es original). Pero, insisto, la falta de originalidad no es lo importante, sino el pulso y sintonía sentimental que logra la historia. Me sentí conmovido, emocionado, de la mano de Eilis, cuya mirada y sufrido laconismo, no dejan indiferente a los espectadores. La sala estaba llena y durante las escenas donde predominaba el silencio, la sala permanecía igualmente callada, como si nadie respirara. Por momentos pensé que los asistentes estaban completamente sumidos en el mundo presentado por la película, tanto que se olvidaron de sus palomitas o que el nudo que se les hacía en la garganta no les permitía tragar nada. En fin, para las personas que aún siguen este blog, Brooklyn puede resultar una opción plausible si quieren experimentar unos minutos de sensibilidad estética.

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