10 de diciembre de 2011

El ajustador

Acabo de leer un artículo publicado en The New Yorker, escrito por Malcolm Gladwell, autor que, debo confesarlo, he seguido desde hace ya varios años. No siempre me gustan sus temas, pero su manera de verlos y de referirlos me resulta envidiable. Gladwell es un hombre perspicaz. Bien, el artículo en cuestión se llama “The tweaker” (El ajustador) y revela algunas de las vilezas del difunto Steve Jobs. Nunca me ha gustado saber de la vida de las personas que han creado, construido o diseñado cosas que me gustan; es decir, huyo de las biografías. No obstante, esta vez leí completo el artículo porque de cierta manera fue confirmando una sospecha que tenía. Siempre que veía a Jobs presentar uno de sus nuevos avances, sentía que su informalidad era especiosa y que nada de lo que estaba diciendo le pertenecía, que por detrás estaba un equipo de personas que hacían y creaban y que él no era sino el que tomaba decisiones sobre la base del dinero que manejaba. Gladwell, a su manera, dice lo mismo: Jobs no era un tipo chévere y menos aún un creador o un visionario. Era una persona antipática y malhumorada, aviesamente perfeccionista, que ajustaba y pulía lo que ya existía. Esto en modo alguno debe verse como un defecto, pero sí como un rasgo que se debe tener presente a la hora formular elogios para el hombre que representaba esos productos tan bonitos y tan bien acabados que despiertan nuestros más bajos instintos de consumo.

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