4 de diciembre de 2011

Vivir

Siendo adolescente sentía cierta fascinación por la obra de Sylvia Plath. En ese entonces, me dedicaba a nutrir mi acerbo bibliográfico afín a lo que alguien por ahí llamaba el «romanticismo de la desdicha»; cosa que, ya se sabe, es muy propia de esa edad. Como todo romanticismo esa fascinación no era literaria, sino temática. Específicamente, me atraía la muerte; atracción que, también se sabe, es más que propia de esa edad. Aunque aún no salgo de mi adolescencia, sé que esas tendencias no llevan a ninguna parte. La muerte no es tan importante como la vida. Si a algo hay que dedicarle tiempo y esfuerzo es a lo segundo, no a lo primero. A la muerte hay que dejarla tener su momento o, en todo caso, hacer lo posible porque su momento sea uno y llegue más bien tarde. En lugar de respetarla y marearla como se hace a veces con la perdiz, mejor es asumir la vida como un imperativo y mejorarla en la medida de lo posible. Vivir, esa es la consigna.

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