13 de agosto de 2012

Justicia


Cuando alguien decide optar por el malestar del Otro en lugar de optar por su bienestar, la sima de la miseria humana se hace cada vez más profunda. Cuando algo así sucede en mi contra, es decir, cuando el Otro soy yo, siento ganas de que exista la justicia divina para que se haga cargo, en algún momento, de aquel que me perjudica. Sin embargo, apenas siento eso, pienso: Si esa justicia es justa y también es divina no se conformará con castigar al malhechor, sino a todo aquel que tenga algo por lo cual deba ser castigado. Entonces guardo silencio y comienzo a desear no que no exista la justicia divina, sino que se compadezca de mí y de las personas perjudiciales, porque el castigo detiene o complica el flujo de la existencia; el perdón, lo facilita.

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