11 de mayo de 2014

Oportunismos

No me gusta el oportunismo. Lo tolero mal. Para mí, el oportunismo es una modalidad de la indolencia. Es un poco como aquello de arrimar el ascua a su sardina, pero llevado al extremo. Hay muchos tipos de oportunismo. Hay el oportunismo emergente o circunstancial. En este primer tipo, el oportunista lo es sólo por un momento. Se encuentra en una situación donde todo indica que si no hace algo perderá la coyuntura para siempre. La persona siente y piensa que es una ocasión única e irrepetible y que debe aprovechar el momento, por eso actúa y una vez logrado su objetivo ya deja de actuar sin arreglo a las convenciones y teniendo como horizonte relacional la figura del Otro. Hay también el oportunismo existencial o consuetudinario. En este segundo tipo, el oportunista lo es porque siempre ha sido así. Vive creyendo que todas las ocasiones son únicas e irrepetibles y que si no las aprovecha, algo en él se muere. Para el oportunista consuetudinario, perder una oportunidad es una especie de disminución existencial. Por último, hay el oportunismo ideológico o proselitista. Este es el que más antipatía me despierta. En este tercer tipo, el oportunista está esperando siempre que algo pase para ganar prosélitos. En actitud de gavilán disfrazado de paloma, aguarda atentamente alguna señal, algún signo, algún acontecimiento y con una habilidad que pocos tienen, traduce esa señal, ese signo, ese acontecimiento de modo tal que el Otro crea que no fue producto del azar o de su voluntad, sino parte de un plan divino o ideológico para que el beneficiario se sume a la facción, parcialidad, doctrina o religión del oportunista. Este es el típico personaje que cada vez a uno le pasa algo bueno te dice "Gracias a Dios". El mundo de la fe y el mundo de la política está repleto de este tipo de personas. Pienso que a los circunstanciales hay que comprenderlos, a los consuetudinarios evitarlos y a los proselitistas cuestionarlos.

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