6 de julio de 2014

Palabra

Siendo yo un adolescente, cada domingo me entretenía con una sección de El Nacional llamada Papel Literario. Como fácil se desprende de su nombre, la sección estaba compuesta por textos pertenecientes al mundo de la literatura y a lo que cualquier pedante no dudaría en llamar intelectualidad. Yo, simple como era, en modo alguno encajaba en esta última categoría y, en cuanto a la primera, en ese entonces no era más que un jovenzuelo con unos centímetros más de ignorancia que los que tengo ahora. No obstante leía y coleccionaba esa sección porque los textos eran para mí una fuente de placer estético y, también, de descubrimiento y asombro del lenguaje. Me enteraba por aquellos artículos de que las palabras no sólo servían para decir esto o aquello siempre con una finalidad práctica más o menos definida, como en la frase pásame el azúcar. Las palabras también producían efectos que excedían cualquier finalidad comunicativa y me ubicaban en el ámbito de la imaginación y de la sensibilidad, como en el verso “meu coração, alentejo de orvalho” (mi corazón, planicie de rocío). Pues bien, en el Papel Literario había una columna firmada por Kotepa Delgado llamada Escribe que algo queda. Hoy, triste como me siento y sin poder hacer mucho para remediar la tristeza, recordaba esa frase aunque mi estado de ánimo le dio una interpretación completamente diferente a su significado original. Delgado, a partir de ese título y sobre todo con sus artículos, quería dejar una especie de herencia; según yo, insisto, torcido hermenéuticamente por mi estado anímico, pensaba que hay circunstancias en la vida en las que no puedo hacer nada sino escribir. Sé que es una interpretación disparatada, pero ahora que el absurdo me ha ganado la partida lo único que me queda es la palabra. Y esa palabra, que no figurará en esta entrada, es para una de las seguidoras de este blog, amiga entrañable, que recién falleció. Bakean atseden.

No hay comentarios:

Publicar un comentario