Siendo yo un adolescente, cada domingo me entretenía
con una sección de El Nacional
llamada Papel Literario. Como fácil se
desprende de su nombre, la sección estaba compuesta por textos pertenecientes
al mundo de la literatura y a lo que cualquier pedante no dudaría en llamar intelectualidad. Yo, simple como era, en
modo alguno encajaba en esta última categoría y, en cuanto a la primera, en
ese entonces no era más que un jovenzuelo con unos centímetros más de ignorancia
que los que tengo ahora. No obstante leía y coleccionaba esa sección porque los
textos eran para mí una fuente de placer estético y, también, de descubrimiento
y asombro del lenguaje. Me enteraba por aquellos artículos de que las palabras
no sólo servían para decir esto o aquello
siempre con una finalidad práctica más o menos definida, como en la frase pásame el azúcar. Las palabras también
producían efectos que excedían cualquier finalidad comunicativa y me ubicaban
en el ámbito de la imaginación y de la sensibilidad, como en el verso “meu
coração, alentejo de orvalho” (mi corazón, planicie de rocío). Pues bien, en
el Papel Literario había una columna
firmada por Kotepa Delgado llamada Escribe
que algo queda. Hoy, triste como me siento y sin poder hacer mucho para
remediar la tristeza, recordaba esa frase aunque mi estado de ánimo le dio una
interpretación completamente diferente a su significado original. Delgado, a partir de ese título y sobre todo con sus
artículos, quería dejar una especie de herencia; según yo, insisto, torcido hermenéuticamente
por mi estado anímico, pensaba que hay circunstancias en la vida en las que no
puedo hacer nada sino escribir. Sé que es una interpretación disparatada, pero
ahora que el absurdo me ha ganado la partida lo único que me queda es la palabra. Y
esa palabra, que no figurará en esta entrada, es para una de las seguidoras de
este blog, amiga entrañable, que
recién falleció. Bakean atseden.
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