12 de noviembre de 2014

Naranja

Todos morimos, pero no de la misma manera. Eso cualquiera lo sabe. Lo que nadie sabe es cuándo ocurrirá el lance final. Acaso por eso preferimos distraernos y no pensar más de la cuenta en algo que sólo podemos controlar a medias y provisionalmente. En general, nos impresionan más los momentos previos a la muerte. Hace poco tuve una conversación con una de mis hermanas cuyo tema central era, precisamente, esos momentos a propósito del fallecimiento reciente de un vecino muy querido. Transcribo parte de la conversación (comienza mi hermana):
—J.J. murió de un problema en el hígado. Para nosotros fue muy triste porque él iba mucho a la casa y compartíamos mucho. M. y C. fueron a visitarlo al hospital y lo vieron anaranjado. Supuestamente, lo iban a dar de alta la semana siguiente. Pasaron dos semanas y murió.
—¿Anaranjado?
—Sí. M. dice que la piel la tenía entre amarilla y roja. De hecho, cuando su mamá enfermó, yo fui a visitarla.
—¿Estaba anaranjada? ¿También murió?
—Sí. Yo no sé de qué murió ella, pero se puso muy flaca y anaranjada, con la piel como delgadita y finita. Ay, hermano, mejor hablemos de cosas felices.

Más allá de la noticia, la referencia cromática me hizo pensar en García Márquez y en Cunqueiro, gentes de realismo mágico. Nunca me había pasado por la cabeza que la muerte se anunciara con un color tan luminoso y siempre asociado con la vida saludable. Sin duda, un anuncio agridulce.

No hay comentarios:

Publicar un comentario