23 de diciembre de 2010

Bueno

No sé cuántas veces he dicho que la idea de un Dios que decide nacer y luego morir a sabiendas de que lo uno y lo otro, en su caso, no es posible, siempre me ha resultado atractiva. De la primera decisión hablaré ahora; de la segunda, hablaré luego, en su momento, durante lo que se conoce como Semana Santa. Como bien se sabe, el único dato fidedigno sobre este acontecimiento fue dictado por su protagonista a cada uno de los cuatro autores que lo documentaron, así que su contenido es preciso y no falta nada, que es lo propio de los milagros. El dato tiene forma de libro cuádruple y lleva por nombre «La buena nueva». Lamentablemente, nadie o pocos la tomaron por tal y el desenlace es harto conocido. En el caso del nacimiento la cosa no fue tan grave como en el caso de la muerte. Hubo sí una tragedia colateral, la matanza de los inocentes, pero la posteridad ha conservado el lado festivo, es decir y repito, el nacimiento de un Dios. Anualmente, desde hace poco más de dos mil años, millones de personas alrededor del mundo lo celebran. Eso sí, con el paso del tiempo la celebración se ha ido secularizando y el Dios aquél se ha desdibujado. De él solamente queda una figurilla de arcilla con forma de niño recién nacido que, según sea el caso, forma parte de una escena arquetípica, también de arcilla y musgo, que representa el nacimiento tal como sucedió cuando y donde sucedió. Con el Dios borroso y casi ausente pero con la celebración en ristre, cada cual ha escogido un camino para hacer su fiesta. Algunos compran, otros regalan, otros tantos adornan, aquí y allá alguien se dedica a recordar y algún otro a renovar. Cada uno a su manera celebra algo y lo hace con un ánimo que exige la inclusión del Otro.  Por alguna razón, las fiestas de la buena nueva exigen cierta colectividad. La soledad no es bienvenida y si se da ha de ser por la fuerza de las circunstancias; nunca por la voluntad. A la fiesta también se suma una razón que también siempre me ha llamado la atención: la cuestión del tiempo. La gente celebra que al año acaba y que comienza otro y con éste también ha de comenzar un tiempo venturoso. La celebración, entonces, no es sólo cosa de estar con los demás, sino de re-configurar la esperanza. La gente formula buenos deseos. Si yo fuera Walt Whitman el mío sería el de todos: que pasen felices fiestas y que el próximo año sea bueno.

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