2 de diciembre de 2010

El dinero

He estado callado durante los últimas días, no porque no hubiera nada qué decir, sino porque todo lo que hay por decir es al mismo tiempo excesivo y desalentador. No sé si tiendo a ver las cosas desde una perspectiva asaz elemental, pero todo este rollo de la crisis, aunque tiene unas manifestaciones concretas en la vida cotidiana, tiene mucho de artificial o, mejor dicho, de realidad especiosa. A ver si me doy a entender. Los seres humanos en un determinado momento de su devenir histórico llegaron a esta conclusión: no basta con tener sed y que haya agua para saciarla. Entre una cosa y la otra debe existir algo que en sí mismo no tenga nada que ver ni con la sed ni con el agua, pero que valga por la una y por el otro. Así nació el dinero. Con el paso del tiempo, esta equivalencia, aparentemente práctica, comenzó a funcionar liberada de su idea y el valor se invirtió. Es decir, en lugar de comenzar por la sed y por el agua para luego llegar al dinero, se parte del dinero, eventualmente o nunca se pasa por la sed y por el agua, y se llega nuevamente al dinero mismo. En pocas palabras, hoy el asunto de la realidad comienza y acaba en ese valor que desvaloriza todos los valores. ¿A qué se debe esto? Pues a una de las cosas más tontas que ha hecho la humanidad. Me explico: el dinero, que no se produce como la sed o como el agua, esto es, de manera natural, lo producen los mismos humanos por medio de unas máquinas ad hoc, pero para que su valor tenga sentido producen poco o, en todo caso, producen una cantidad tal que no todos los humanos pueden tenerlo. Peor aún, esa cantidad limitada, generada ex profeso, se distribuye de manera exageradamente desigual entre los pocos que logran disfrutar de ella. Puede haber una persona dueña de una cantidad que haría un bien a miles de personas que a su vez, todas juntas, no tienen ni una centésima parte de lo que tiene aquélla. Como ya se sabe, a la primera la llaman «rica» y a las segundas «pobres». Este proceso se ha hecho tan complejo que el grueso de nuestras vidas está regido por los movimientos cuasi-autónomos y por lo general ignotos de esas cantidades limitadas de dinero distribuidas sin ningún tipo de equidad. Si pensamos por un momento en la figura de la bolsa de valores, se entiende fácilmente esto que digo. En ese lugar (en la bolsa) no pasa nada: simplemente los asistentes se enteran de que en otros lugares el dinero está determinando qué vale más y qué vale menos, donde ese «qué» suele referirse a más o a menos dinero. Curiosamente, aunque esa red financiera funciona desde sí y para sí y en unas escalas que pocos mortales alcanzan a manejar, puede hacer que mañana suba el kilo de tomate. Dicho esto, pienso que ya es momento de tomar otras decisiones e idear otro valores que estén más cerca del uso que del intercambio por el intercambio mismo.

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