24 de diciembre de 2010

Cerebro

Muchos años llevo ya estudiando la psicología, acaso sin éxito, y en tanto tiempo y lecturas no me enteré del extraño caso de la cabeza de Bouso, muy bien reportado por Cunqueiro en un librillo jocoso y veraz, para los que gustan de reír e imaginar, llamado con tino «La otra gente». Hallábase este señor Bouso degustando un pulpo cuando un vecino de mesa pero no de país se lo vino a criticar. Disgustado, Bouso quiso irse a las manos con el criticón, pero éste le ganó el cuello y le sacudió la cabeza con tal fuerza que le desvencijó los huesos. Bouso perdió la conciencia por quince minutos exactos, según cuenta Cunqueiro, y al cabo de ese tiempo volvió en sí, pero al mover la cabeza le sonaba como maraca. Así que con la ayuda de su mujer, fue a ver al médico para que volviera a pegarle los huesos sueltos. El médico, muy acertado, le practicó una operación sencilla, aunque delicada: le puso parches de cera caliente en la región occipital, de modo tal que el espíritu caliente de la cera pasara al interior. Agitó con precisión la cabeza de Bouso y con tiempo y paciencia los huesos se pegaron todos. Bueno, no todos; uno quedó suelto. Cosa que Bouso no notó inmediatamente, sino a los días. Puesto que le resultaba muy molesto sentir este huesillo rodar dentro de su cabeza, volvió al médico. Éste le dijo que se trataba de un hueso sobrante, y le dio unos polvos a Bouso para que estornudara fuerte y desde arriba. Así lo hizo y no tardó en salirle por la nariz el hueso aquel que parecía de ala de pollo. El médico, rectificando el diagnóstico, dijo que al no ser hueso de humano salía sobrando. Bouso mejoró, pero la cabeza le quedó pesada en la parte posterior, donde habían quedado muy bien pegados todos los huesos.

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