Dice el diccionario que la palabra «nostalgia», en su origen, significaba «dolor por el regreso», acepción esta que cuesta un poco entender en un primer momento, pero que se suele sentir con cierta facilidad cuando se opta por el exilio. El problema (yo lo veo así) es que la nostalgia se centra más en el dolor que en el regreso. El nostálgico siempre permanece alejado de su terruño o, mejor dicho, se ancla en una remembranza sorda y lastimera pero no regresa. Si de mí dependiera, suprimiría de esa significación la palabra «dolor», pero no se puede. Lo que sí se puede es cambiar de palabra. Yo, en un alarde de etimólogista espurio, ofrecería otro término. Estratégicamente, me serviría de un par de raíces griegas para crear una ilusión de procedencia seria y, sobre todo, antigua. La palabra sería algo así como eunostos, es decir, «el buen regreso». No es un término bonito y en modo alguno parece castellano, pero se acerca mucho a lo que ahora siento a propósito de mi inminente visita a la tierra que me vio nacer.
15 de diciembre de 2013
13 de diciembre de 2013
Alacrán
Es una vieja fábula, ya manida, la del escorpión y la rana. Lo que no es ni viejo ni manido es su moraleja. Es triste, ya lo sé, pero en cierto modo es un resultado posible eso de actuar al margen de toda suspicacia. Yo, por lo general, actúo así, pero confieso que el resultado no siempre es alentador. Hay en algunas personas algo alacránico que las impulsa a envenenar a quien le tiende la mano, aun cuando ello implique perecer con el envenenado. Que exista gente así perjudica las salidas de la buena voluntad y hace de la humanidad un reducto de la sospecha, una justificación incuestionable de que no estamos hechos para vivir juntos.
26 de noviembre de 2013
Zapatero
Puesto
que me dedico a la docencia, siempre debo pasar por el trance de calificar el
desempeño de los estudiantes que han cursado alguna asignatura a mi cargo. En
los años que llevo ejerciendo ese rol, que no son pocos (aunque tampoco son
muchos), raras veces el resultado ha sido satisfactorio. Los estudiantes, habitualmente,
consideran que deben tener un puntaje superior al que les asigno y yo, también habitualmente,
asigno un puntaje superior al que en realidad los estudiantes se merecen.
Claro, lo que yo considero ‘mas’ para ellos siempre es ‘menos’. En la
Universidad donde ahora casi trabajo se usa una escala del 5 al 10 para
calificar a los estudiantes. La mínima aprobatoria es 6 y, en el caso de
algunos postgrados, es 7. Por regla general, los estudiantes que obtienen 8
sienten que han fracasado, los que obtienen 9 se disgustan porque no obtuvieron
el 10 y los que obtienen 10 quieren saber si su trabajo es mejor que el de
otros que también obtuvieron 10. En todos los casos, casi nadie está satisfecho
y casi todos asumen la calificación como la aporía del zapato apretado, i.e., a
quien le aprieta el zapato piensa que a quien no le aprieta es feliz, entonces
en lugar de buscar la felicidad quiere un zapato que no le apriete. Yo, siguiendo un poco la misma lógica, cada semestre a la hora de evaluar me siento como un zapatero.
24 de noviembre de 2013
Grinch
Ser un grinch no
sólo es una condición asociada con la navidad, tal como contó el Dr. Seuss allá
por 1957. Hay el grinch de la vida
cotidiana, es decir, la persona mal
intencionada, mezquina y, en general, bastante desagradable a quien todo
le parece mal y que nunca concuerda con el gusto del Otro. Este grinch
sólo está de acuerdo consigo mismo y considera que su criterio es la mejor
opción posible para sí y, también, para los demás. Si alguien opta por algo diferente,
entonces el grinch elabora y espeta
una diatriba deletérea contra el disidente, de modo tal que quede abatido y que
los demás lo vean como una entidad indigna de existencia. Este grinch ejerce sin miramiento una suerte
de fascismo del gusto disfrazado de razón suficiente y casi todos sus consejos
o pareceres se convierten en lo que Pierre Rosenstiehl y Jean Petitot llamaban “teoremas
de dictadura”. Por ejemplo, uno de los aspectos que más odia el grinch es el lugar común, ya que tiende
a creer que es una persona distinguida, muy cercana a la excelsitud. Rechaza lo
corriente y prefiere ir a
contra-corriente. La palabra “popular” le da grima. Dicho brevemente, el grinch aspira a la originalidad y en cualquier momento está
dispuesto a mostrar cuán ingenioso es, porque está convencido de que el ingenio
lo sustrae tanto del populacho como de los ricachones. De hecho, el grinch no confiesa su pertenencia a lo
que antes se conocía como pequeña
burguesía, pero constantemente trata de diferenciarse de los ricos y de los
pobres por la vía de un discurso que es fenotípicamente de izquierda pero genotípicamente
reaccionario. En fin, este tipo de grinch
no me enoja sino que me entristece porque, aún rodeado de personas, su destino
es la soledad.
Sonrisa
Hay una publicación de circulación gratuita, editada por
la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, que se llama Leer en bicicleta. Ignoro a qué se debe ese nombre, pero no me
gusta; digo, el nombre no el producto. Lo que sí suele interesarme es su
contenido que, dicho de una vez, adopta la forma de una especie de antología.
Los editores seleccionan fragmentos de diversos libros y los publican así sin
más. Al pie de cada fragmento sugieren al lector seguir leyendo consultando la
obra original. Pues bien, allí, en Leer
en bicicleta, esta mañana leí un texto estupendo, sensible y en cierto modo
acomodaticio, escrito por el mexicano Amado Nervo y que decidieron llamar “Brevedad”.
Mientras lo leía, me detuve en la frase que cito continuación: “Los espíritus también
saben sonreír, y aun añadiría que es una de sus más delicadas prerrogativas.”
Más allá o más acá del contexto, cada vez que leo esas palabras (ya van varias
veces) me hacen pensar en algo diferente; no se agotan en el presente de se
enunciación, sino que siempre me llevan a otra
parte. Por ejemplo, el término “prerrogativa” nunca me ha gustado. Me hace
pensar en la política mal llevada, en el tráfico de influencias, en las
asimetrías de la ley, en la verticalidad de las clases, en el favoritismo en
general, etc., pero allí, en la frase de Nervo, me resulta perfectamente
llevadera, incluso poética. Creo que ese efecto lo logra el término vecino “delicadas”
y el sentido que los une y que resumo en la expresión alma risueña. Hacía ya rato que no me topaba con palabras
estéticamente estimulantes y ahora que algunas de mis fibras nerviosas no se
comportan como es debido, este señor Nervo en cierto modo me ha animado. Hoy
quiero que mi espíritu sonría.
2 de noviembre de 2013
Des-aprendizaje
Hace tiempo ya, tuve un par de amigas que estudiaban el dolor. Si mal no recuerdo, su tesis principal era esta: el dolor es aprendido. Ignoro en qué se basaban para sostener esa tesis, pero sé que dedicaban un tiempo considerable a darle un soporte científico plausible. Hoy me pregunto ¿de dónde habré aprendido este terrible dolor de espalda? ¿Cuál será la mejor estrategia para desaprenderlo? La necesito con urgencia.
21 de septiembre de 2013
Nube
Ayer asistí a una conferencia que, extrañamente, no despertó en mí el más mínimo interés. Por lo general, veo pasar una hormiga y se activa mi curiosidad, pero en esta ocasión el conferencista y su tema no lograron alterarme en absoluto. Sé que lo más respetuoso hubiera sido retirarme, pero no lo hice. Escuché hasta el final todo lo que aquella persona dijo como quien mira pasar una nube: uno sabe que es una nube pero nunca puede decir qué forma tiene o, cuando logra decirlo, la nube ya tiene otra. En este sentido, confieso que por el lapso de algo más de una hora decidí permanecer dentro de lo que Virginia Woolf llamaba “territorio sin sustancia”. El ponente se presentó trajeado, con pelo engominado y con barba y bigotes como los que Marcel Duchamp le pintara a la Mona Lisa. Luego, con voz lenta, chata y gorjeando en la “R” desplegó un argumento más bien simple y, al menos desde mi punto de vista, nada novedoso: Hay grupos de personas que la Iglesia Católica cuestiona y rechaza. No obstante, unas insisten en seguir con sus prácticas religiosas a espaldas de la Institución y otras tratan de subvertirla. Su conclusión fue esta: Las personas excluidas de la Iglesia han decidido conformar religiones personalizadas, es decir, religiones cuya realización no depende del colectivo sino de las preferencias individuales: “Creo de modo tal que mi creencia no contradiga mis opciones existenciales.” Esa conclusión me produjo, como ya dije, una sensación de insubstancialidad que no sé explicar, como si todos sus argumentos y sus esfuerzos metodológicos para construirlos al final sólo hubieran logrado perfilar un truismo. Quiero pensar que el trabajo de ese señor es más profundo e interesante de lo que pudo mostrar durante su conferencia, y me hubiera gustado que mi atención hubiera trasvasado su look hasta alcanzar su quid que seguro era rico, complejo e interesante como todo lo que tiene que ver con la relación que el ser humano ha establecido con sus deidades.
16 de agosto de 2013
20 pesos
En la entrada anterior adelanté que luego hablaría
de un acontecimiento triste que pertenecía a la esfera de las cosas que se
pueden evitar. Ayer, 15 de agosto, a eso de las 9 de la noche, cuando me
disponía a subir al coche luego de comprar un par de garrafones de agua, se acercó
un hombre de unos 30 años de edad, bajo de estatura, vestido de manera más bien
descuidada y con ropa visiblemente sucia. Su rostro, cubierto por una barba
rasa y con una cicatriz reciente en el labio superior, mostraba claros signos
de cansancio o de consumo igualmente reciente de algún estupefaciente. Se
acercó a tal punto que entre su cuerpo y el mío sólo había unos cuantos
centímetros de distancia, y con una voz gutural, sin alzar el tono más de la
cuenta y usando expresiones que a duras penas pude entender, me pidió que le
diera todo el dinero que llevaba conmigo. Yo, por costumbre y por situación económica,
ando siempre sin dinero o, mejor dicho, nunca tengo una cantidad que pudiera
satisfacer las expectativas de un asaltante. Sólo tenía un billete de 20 pesos
y unas cuantas monedas sueltas. Esta exigüidad enojó al hombre y me dijo que
allí mismo podía hacerme cualquier cosa y que le diera más. Yo insistía con la
verdad mientras mi cabeza daba vueltas buscando cómo librarme del forajido.
Conjeturé que su cercanía se debía a que guardaba en alguno de sus bolsillos un
arma para hacerme daño si yo oponía resistencia. Así que mi cabeza no
contemplaba esa posibilidad. Me puse tercamente tautológico, es decir, le
repetía que no tenía dinero porque en efecto no tenía dinero. El hombre me
advertía que se le estaba agotando la paciencia, pero, afortundamente, antes de
que eso sucediera llegaron dos policías. Debo confesar que aquella aparición me
resultó providencial. Como diría mi mamá “me volvió el alma al cuerpo”.
Curiosamente, el hombre a pesar de los agentes no se apartaba de mí. Así que el
alma nuevamente me abandonó. Los policías lo apartaron, y me preguntaron si
sucedía algo malo. Yo, al ver que el forajido no me quitaba los ojos de encima
y le mandaba saludos a mis dos hijos y a mi esposa (luego supe por qué), tomé
la decisión de huir y de no cerrar el proceso. Uno de los policía me preguntó
si quería proceder, es decir, si quería denunciar al sujeto, pero no me atreví
con él mirándome. Este mundo es muy chico y la justicia deja que circule mucho
malhechor incluso luego de ser sorprendido en flagrante delito y podíamos cruzarnos
otra vez y tal vez no saliera yo bien librado del reencuentro. Me subí al coche,
le di las gracias al policía y al comenzar a rodar de pronto no sabía hacia dónde
quedaba el camino de vuelta a casa. Pasé de largo varias calles. Me detuve. Respiré
por un minuto y recuperé el rumbo. Hoy pienso que todo ese oscuro episodio
puede que se deba a unas condiciones generales de inseguridad y factores psicosociales
complejos, pero el asaltante, ese hombre fue quien hizo todo. Y aunque cueste
creerlo no le guardo rencor. Todo lo contrario deseo que le lleven a un lugar
donde todo el mundo le quiera y le den tanto afecto que no pueda sino reconciliarse
con la existencia y una vez que alcance ese estado, escriba una lista como la
de Earl y vaya por el mundo intentando resarcir todo el mal que una vez produjo.
A mí, por ejemplo, que me regrese mis 20 pesos y el sosiego que momentos antes
de su aparición yo tenía.
Miguel
Dos eventos han marcado el día de hoy, 15 de agosto, como
uno de los más tristes que he vivido en Puebla. Hablaré primero del inevitable.
Otro día hablaré del que se puede evitar. Ayer, a eso de las tres de la tarde,
según me cuentan, Miguel sufrió un ataque cardíaco que acabó inmediatamente con
su vida. Aún no había cumplido 50 años y apenas iba por la mitad de sus 40.
Era, pues, un hombre joven. A pesar de esa condición, la muerte le sobrevino
total y definitiva como suele ser. No
puedo decir que éramos amigos; sí que fui beneficiario directo de su
generosidad material y de su generosidad estética e intelectual. Miguel era un
hombre risueño y sensible; músico de profesión y poeta por afición. El breve
tiempo en que estuvimos cerca siempre fue existencialmente productivo y ameno.
De este lado siempre es fácil pensar que una muerte así es enormemente injusta;
del otro lado quiero imaginar que Miguel sólo experimentará cosas buenas. Requiescat
in Pace.
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